hace gira, para todos, las heridas en su tronco.
Aimé Césare
De noche el paso del lince
ruido de hojas
en los aserraderos.
De noche
grito de monos,
fulgor cambiante:
mimetismos.
Bebes en la espesura
La fiebre deja en tus labios
cáscaras amargas.
Un punto fijo.
Por la mira en cruz
lentos transcurren campos,
sus bestias y sus hombres.
Arrozales.
Tam-tam de guerra al oído.
La fiebre tensa sus tambores.
El fuego crece por las empalizadas,
salta a los techos,
alcanza las ramas del encino.
En los aserraderos
triplica la noche su fortuna.
Negro -en Baco-
dormido.
Savias ardientes te embriagan.
Ante los ojos, ejercitos.
Llamas
a los cuatro vientos.
Fuego sobre el umbral,
fuego en los techos;
vidrio que estalla.
Brillo maligno
doblegado acero,
fundiendo al rojo
sangre
la mirada.
Fragor, esquirlas saltan.
-Piedra ardiente tu pecho-
Un gran árbol en llamas,
un gran tronco se desliza
cuesta abajo
Corteza oscura
tu piel.
Fuertes brazos las ramas
donde el alba no sorprende
ruido de pájaros.