Canto malabar (fragmentos) de Elsa Cross

I

La tarde entera se vencía al paso del viento.
Como arcos se doblaban los árboles
y una flecha imprevista me daba al corazón.
Deambulé por aquellas calzadas
donde tanta vida cimentaron tus pasos.
El viento alzaba tolvaneras en medio de los campos,
trastornando a esos pájaros rojos,
borrando campamentos de insectos en las grietas.
La tierra pone polvo en mis labios — su ofrenda.
Y mi ofrenda a las estatuas que guardan el camino
¿sólo palabras?

Estaba junto al baniano
aquella tarde en que el zureo de las tórtolas
volvía insoportable tanta belleza.
Estaba junto a la estatua de Yama, Señor de la Muerte,
montando su búfalo negro mientras Savitri
le arrebataba con argumentos la vida de su amado.
Tanta belleza a punto de morir.
Te vi por última vez allí, desde el baniano.
Inmenso como era el viento lo había descuajado
y las ramas que cayeron a tierra echaron raíces.

¿Adonde van los sueños cuando uno despierta?
Silencio a media voz, disipación del tiempo—
la muerte indecisa:
un murmullo que cruza en el estanque.
Tus brazos me rodean entre el sueño.
Tus brazos se disuelven en la nada.
Como árbol arrancado de un sedimento pobre.
Y en todas partes abundancia, vidas en flor.
Discurrir de insectos, zumbidos de abejas,
tus mieles que me ahogan.

Sin que lo sepa aún, envuelta en tu éxtasis
despierto, y tú te vas hundiendo en el silencio,
como esas capas de luz a punto de borrarse
fulguran todavía entre sus oros
antes de ir desertando la montaña,
la charca, el río, el campo abierto.
Sin saber en qué orilla del sueño, oigo a la vez
‘dejó su cuerpo’ — y los cantos a lo lejos.
Todo se detiene en tu silencio.
En mí tu imagen, ungida como una estatua,
tu mirada vuelta al infinito.

¿Quién despertó hacia qué? ¿Quién era el que soñaba?
La luz abrió en el tiempo una ráfaga oscura;
jugaba en los párpados.
La luna entera se derramó sobre el campo.
Y esa agua sobre la almohada como ambrosía,
pues al tiempo en que te duermes para siempre
despierto con un jugo muy dulce entre los labios,
exaltada en un gozo que fulgura en mi cabeza,
se enciende en mi espalda como anguilas.
Afuera la luna llena, músicas perdidas.
Tus ojos desde el fondo de una noche sin pausa.

*

A los pies de Yama
queda la vista fija sobre un punto
Se adentra la mirada
y mientras más profunda más mira en torno
Las montañas se agrandan:
única solidez en tanto sueño.
Danzan fuegos, arde la tierra
y de la danza desgaja frutos
vestiduras del sueño donde anidan tus serpientes
oh Cautivador.

Tomas en mí la forma del Terrible
Dios de tres cabezas.
Eres tú quien me crea y me sustenta
tú quien me destruye.
Te ocultas a mis ojos, te revelas
y de tus labios sin sonido
van brotando palabras que me ahogan;
tu forma misma se vuelve esas palabras
que dejan sólo conciencia para ver
que eres tú quien palpita,
quien goza, quien hace, quien conoce.

Irradias desde mí, llamarada del aire.
En mí enciendes, en mí incendias.
Tomas en mí la forma de la abeja
embriagas todo,
te disuelves en mí — así me colmas.
Zumbas en mis oídos,
me llenas de tus savias, ah Impaciente,
devoras la miel que apenas brota.
Loto abierto en el pecho.
Pájaros que beben la luz de la luna.

Tomas en mí la forma del deleite
Te sacian aleteos,
el roce apenas de la voz,
la caricia en el agua sumergida,
ah Escanciador.
Eres la raíz del latido,
el soplo que hace al viento,
el gozo que asciendetas mirando un mismo punto.
El último sol al horizonte
pule la superficie de las aguas
que se afilan en un vértice oscuro.
Puntos de intersección.
Y el tiempo queda fuera de todo ángulo
en que los cómputos y las geometrías
trazan sus signos.

*

Playas a las que no regresaré.
Palabras que se pronuncian—
¿y quedan en el aire?
pues de una lluvia tibia sobre la arena digo:
‘Sea yo una gota de esta lluvia sobre tu hombro,
un grano de arena bajo tu pie…’
y antes del alba
de la morada segura me desprendes
hacia donde la noche se cierra todavía,
cóncava, vientre azul.

El mar en silencio.
Ondulación apenas, oscilación
desde los barcos que parecen islas luminosas.
Miro el mar al frente emerger de lo oscuro,
separarse poco a poco del cielo.
De la orilla segura me desprendes.
Ven, me dices en silencio,
acércate, me dices.
Isla sobre la mar, sin ataduras.
Tierra en sí misma y navegando.

La espuma deja collares en la garganta de las rocas.
Isla de roca negra.
En los muros porosos anidan golondrinas de mar.
Un collar de espuma — y miro mi despojo.
Entra la noche y apaga el brillo sobre el agua.
Ven, me dices.
A ojos cerrados, sólo el tumbo del mar.
Muy cerca todavía
esas playas a las que no regresaré.
Muy lejos ya.

*

Sin cerco, sin playa, sin espuma
al mar sumas la altura de la noche.
Sólo profundidad al horizonte.
Todo de mar el cielo.
Ojo que navega ensanchando sus aguas.
Se incrustan tañidos en el aire.
Gritos de espuma a contramar.
Fraseo inconcluso—
y la noche vuelve todo a sumergirlo.

Ojo de agua ahógame
Boca de vino embriágame.
Aliento de vida disuélveme
Forma de fuego calcíname
Mano de viento dispérsame
Ola de gozo aniquílame
Cerco de espuma sepúltame
Mis cabellos tus ondas.
Mi voz el agua chocando con las rocas.

El silencio es rumor, sirena o caracol.
Todo el mar contenido
en un hueco en mi pecho.
Toco su fondo,
oscuridad sin pausa.
Reposo indistinto de las formas.
Lengua bífida.
Fauces de tigre.
Vuelo vivo de un pájaro.

Luz negra devorando los cuerpos.

*

Del mar, sacro en lo oscuro,
rozas las aguas de mi sueño,
dices una palabra que se extingue
cuando abro los ojos.
Me devuelves a donde las formas se separan.
Divides del mar la ola, del viento la voz
con que ahora repito un mismo nombre,
tu nombre en esta orilla
donde son tus dones sin medida
y tu rigor extremo.

Se ensombrece de albura.
El alba distiende en lontananza
su claridad.
Lecho desierto.
El relieve de espuma se ensombrece.
El mar, vigía.
Albura si refleja
carga de miel,
carga de sol,
altura.

El mar, el mar, saqueo en sus orillas.
Al sol brillan suturas en la roca.
El día extiende sus cítricos
sobre los mantos blancos,
apaga en el horizonte sus salomas.
El mar deja en la orilla
bajo el cristal del aire
sus esponjas de sílice.

Y sobre el agua,
donde los rayos se congelan en su propia luz
te veo como semilla de fuego.
Cada ola deja rastros de seda contra el sol.
Filamentos de luz sobre los párpados.
Ceguera ante esa luz
cuyo rayo devuelven tus pupilas,
charcas de fuego.
Una resaca oscura agita valvas azules,
pedacería de espejos en la orilla.

Señales encontradas.

V

La luna en creciente tu diadema.
El silencio henchido
cubriendo de sombra tus daturas.
El aliento en suspenso
sólo turbado por la Reina-de-noche
abriendo sus corolas diminutas en enjambre.
Tú estás en la altura.
Yo danzo para ti, y de un modo secreto
te hago llegar mi ondulación.

Los límites se pierden.
Nombre, forma o raíz,
contorno de cadera o seno al aire
son sólo un espejismo.
Tu nombre ondula con mi voz,
serpiente alada.

Indiscernible
se extiende como un halo que secunda
los últimos pasos de la noche
ya perdiéndose.

Y bajo el riesgo inmenso
cruzar los altos terraplenes
adonde el día apunta.
Bajo ese riesgo de quedar atada
para siempre al instante,
viendo que el sendero se adelgaza
como una hoja de cuchillo.
La mirada se abisma.
No halla más salida que ese mar
por todas partes sumergiéndola.

¿Adonde ir?
¿Qué cosa hacer?
si me engullen los campos,
si me asaltan los montes,
y antes de dar aun el primer paso
quedo sólo absorta frente a ti
desasida,
alada,
llena de mar,
llena de amor,
perdida.

Quieto el corazón, tablilla rasa
donde el viento como escriba
va trazando tus huellas.
Oído como de ciervo
capta la altísima frecuencia
en que tu voz se da.
Grito repetido en lo alto del árbol.
Bien entendía su lenguaje.
Zureos.

*

Desde la altura dominante
una grieta se abre.
Despliega en la planicie
siete cumbres desiertas como reinos.
La noche sostiene sus cabos de luz
hasta que el día toca con su cauda.
Columna de polvo allá en los montes,
Saptasringi,
la diosa en la piedra.
Habla sin palabras de aquello que vendrá.

Me muestra la faz de tres ciudades
como fases de la luna.
Tu rostro oculto aparece
en la triple conjunción,
en la danza de sus letras.
Sílabas penetrantes.
Círculo
encantamiento.
Me dice, me desdice, llueve sobre de mí.
Sílabas como arras.

En las vísperas
enciende sobre mi frente tus emblemas.
Decapita en su noche al alba viuda.
Surcando van al aire las mareas.
Surcando el agua el cierzo tembloroso.
Sabrá de ti, mi amor,
ese viento que penetró en los bosques:
‘Casi al alba te vi, sombra fugaz,
casi al alba te halló tras el collado.’

Esa voz y su música,
su guirnalda de sílabas
como ronda de niñas que se acerca y se aleja
Clin, clin, klim
—Campanadas.

El cierzo duerme.
Los sentidos se colman.
De ellos emanan sus diosas niñas.
Danzan en círculo.
Ka – e – i – la
Se juntan en un punto,
se separan
ka – la

Giran, se vuelven
…hrim
Ronda embriagada,
se acerca hacia el centro
…hrim
Ronda que se cierra,
serpiente que se muerde la cola.
Srim
Y el alma escondida tras sus dioses
salta hacia el vacío.