Bebamos, mis amigos; el néctar delicioso
en cálices de oro, mitigue nuestra sed;
los labios de una virgen de seno pudoroso
nos lleven entre aromas de Venus al Edén.
En góndola de naipes, con séquito de hadas,
bogando sobre golfo inmenso de coñac,
á la isla del olvido marchemos, camaradas,
que al fin es la existencia perpetuo carnaval.
Divino es nuestro ciclo, sus nubes de colores
mil rayos de esperanza arrojan por doquier,
mil rayos que iluminan nuestro campo de flores…
si vivimos, ¡vivamos! la vida es el placer.
Que choquen nuestras copas. El mal que nos abruma
sepúltese en un piélago de límpido licor;
que allí se queme el alma, y en alas de la espuma
audaz al pensamiento remóntese hasta Dios.
En buena hora el hipócrita nos llame irreligiosos;
sus máximas ridiculas sabremos despreciar;
predíganos, si quiere, castigos horrorosos,
al cabo que la tumba no tiene más allá.
¡Infierno! ¡Purgatorio! ¿Qué importan los tormentos
futuros, si la dicha nos da la juventud?…
formad un bello grupo los de placer hambrientos,
y alzando vuestras copas, brindad por Belcebú.
Bebamos y burlemos consejas tan pueriles,
dejando, en todas partes la huella del placer,
que, como pasa el humo, pasan ¡ay! los abriles,
y pronto sentiremos la frente envejecer.
Bebamos, porque el dedo del Hacedor de todo
un límite a la vida le plugo señalar,
y mañana seremos gusanos, podre, lodo:
¡de lodo nauseabundo formado el hombre está!
El hombre, vil oruga que sueña deificarse,
y dice delirando: «¡Imagen soy de Dios!»
Cual si pudiera ¡estúpido! a lodo retratarse
aquel á cuya planta de alfombra sirve el sol.
El hombre en cuyo pecho se agitan las pasiones,
pasiones ¡ayl que envuelven el alma en el capuz:
el hombre, siempre lleiio de locas ambiciones
que, al fin, van a estrellarse al tétrico ataúd.
Es muy triste que ese hombre, que en medio del camino
no sabe de do viene, e ignora donde va;
ese reptil que arrastra del mundo el torbellino,
se considere la obra más grande de Jehová…
¡Bebamos! Si la vida sembrada está de abrojos,
de imágenes que mienten,, de luto y de dolor;
¿hemos de estar sujetos del mundo a los antojos,
sin que cortemos nunca de paso alguna flor?
Al corazón que joven hoy late con violencia,
daremos sensaciones que b hagan disfrutar;
mirad que nos alcanza la edad de la experiencia,
y entonces los ensueños icobardes! volarán.
Sin sombra en nuestra vida, gocemos de sus bienes
sin pensar en mañana, sin recuerdos de ayer;
y con púdicas rosas ciñamos nuestras sienes,
antes que crudo invierno nos llene de vejez.
La vida deleznable, que prestada tenemos,
como, rostro de nube, violenta pasará,
y aun ese sol fulgente, que colorando vemos,
el soplo de la muerte también lo ha de apagar.
Mañana nuestro nombre se hundirá en el olvido,
y un tétrico sudario, emblema del dolor,
cubrirá el esqueleto de sucia piel vestido,
y… adiós de los placeres, las risas y el amor.
El hombre es una hoguera, al volverse ceniza,
del alma, que es su fuego, el brillo concluirá;
el corazón de barro se seca y pulveriza,
y él es el que nos hace sentir y disfrutar.
Hoy mismo, si la muerte aquí nos arrebata,
hoy mismo acaba todo; porque la vida es
como ráfaga de humo que el viento desbarata,
y en el viento se pierde para jamás, volver.
Si de nada nacimos, si al fin nada seremos,
porque todo es fantasma, delirio, falsedad;
pues alegres ¡qué diablos! la vida pasaremos
con una copa a un lado y al otro una beldad.
Lo que pasó olvidando, gocemos del presente,
en manos del destino dejando el porvenir;
y así nuestra existencia pasará alegremente,
como pasan las aves cantando en el pensil.
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Así clama el malvado henchido de locura,
porque insensato olvida en su torpe furor,
que en este árido valle de llanto y de tristura,
sin virtud no se encuentra sosiego ni ventura…
No sabe lo que dice. ¡Perdónalo, Señor!