San Salvador
arde en los ojos.
La sangre corre
a manantiales
abofeteando al dios dormido
para que tire sus flechas.
La piel se estremece
cual si ya lloviera.
La lengua quiere esconderse
la boca ansía cubrirse de pieles y sábanas.
Llega la hora de lanzarse
al ataque más profundo,
de tirarse cabeza abajo
al estanque más abismal de este mundo.