¿Quién eres tú, Boliche, que con azules lágrimas
me asaltas en la hora del olvido obstinado?
De tu postal, al dorso, las palmeras se cuelgan
como arañas sombrías en un cielo azul-acre,
rodeando, acechantes, al cenachero enclenque
-garabato de bronce sobre el Mediterráneo-.
Aún puedo recordar la vieja cantilena.
Entre juegos, jadeos y risas, la cantaban
niños de ayer, paseando la merienda
-pan de centeno y negro chocolate-:
Bolíiiche, gritan los niños del pueblo,
Bolíiiche, si te he visto no me acuerdo…
¿Quién eres tú, Boliche? Si alguna vez te he visto,
se me escapa tu rostro por el hilo de letras,
desemboca en la rúbrica -lazo azul de misterios-,
y el viaje fatigoso, remando a contra/tiempo,
me estrella en el fracaso de un nombre sin memoria.
El llamarte Boliche me robó tu figura
y me dejó sentada ante el mar del olvido,
mirando cómo avanza la ola de la firma,
larga lengua de asombros que me borra tu imagen.