Todo enmudece. Tal vez sólo aprestándose a rayar… La
mar sin una arruga semeja un cuévano del que colgaran
mondas lucientes de piel de niño…
Delante de los bohíos hay una hilera de atarrayas que
escurren todavía cuando un anciano sin dientes,
ayudado de una hueca brizna de papayo, se alista
a beber en su hamaca el agua de un coco.
Sólo destellos en viaje por la arena… Mueve el viento la
mar rizando menudas olas mientras el vuelo abismado
de un águila marina apunta el latir imperceptible
del alba.
Todo enmudece. Tal vez sólo aprestándose a nombrar… La
mar es lisa otra vez, como guijas centelleando al pie
de una escarpa en las treguas del rompiente.
Preeminencia del milagro para sí mismo, porque a nosotros
sólo nos es dable vivirlo como emanación de algo
que a cielo abierto nos rehuye.
Tal vez la dicha de vivir llega siempre con eso que sabemos
a hurto de nuestro anhelo.
¿Cómo prestar al sueño
alas
que no sean las tuyas,
mar
de mis brazos abiertos en el aire?