De buen amar se vuelve
magullado y hambriento,
con sabor en la lengua a carne cruda.
El suelo se amortigua,
los caminos convergen, silba el aire.
Agradecido así,
con sonrisa imantada
por el impulso mismo que iza al árbol
al sol,
tarareando:
no puedo amarte más, no soy tan físico.