Cabalgata de reyes de José Luis Piquero

Siempre las cabalgatas me pillaron
yendo hacia alguna parte y en constante
lucha con el gentío. Verbigracia:
en el 92 quedé con Cuesta
cerca de Riego, en el 91
iba a la biblioteca, en el 90
algo en la calle Uría…, y siempre el mismo
molesto rebrincar y los ahogos
entre niños pasmados y vejetes
que tienen frío y padres de iracunda
mirada y los camellos y los pajes.

¿Será esa sensación de que están todos
perdidos menos yo, de que van todos
en dirección contraria, lo que siente
también un niño al dejar de creer?

No lo recuerdo. Pienso que los niños
distinguen mal el interés común
de sus propios deseos. Les engañan
los negros de mentira y las coronas
doradas de cartón; bailan la música
que les toca la orquesta, tan contentos.

Pero no de verdad. Luego los años
se encargan de enseñarles el camino
que no transitan padres ni camellos.
Siempre hay algo que hacer (eso les gusta)
y van hacia algún sitio en dirección
contraria en cada nueva cabalgata,
chocando y entre ahogos, sin creerse
las mentiras ni el negro. Y no sonríen
y los padres les temen.
Imagino
que así se explica todo: las miradas
oscuras, el asombro de los niños
y el frío de los viejos, que distrae
un Rey Mago arrojando caramelos.