Sólo la amistad es un hecho consumado
Sully Prudhomme
Nos vemos a menudo. Cenamos mucho juntos.
A veces, a la hora peor, cogiendo el taxi,
los miro como a extraños. Despedirse
y sonreirnos tanto son muecas del alcohol.
Sólo la amistad es un hecho consumado
Sully Prudhomme
Nos vemos a menudo. Cenamos mucho juntos.
A veces, a la hora peor, cogiendo el taxi,
los miro como a extraños. Despedirse
y sonreirnos tanto son muecas del alcohol.
Aquí,
sin novia y con hermano
casado hace muy poco (con problemas
laborales pequeños y prolijos detalles
sobre el piso), tú eres
el convidado menos importante.
Se te recuerda apenas que has de sentirte solo
en la casa ya grande, con tus padres,
o quizá te pregunten para cuándo
será lo tuyo (pero
a Lo Tuyo hoy no la han invitado).
Tras el pasillo al fresco, la escalera
y el sol que nos bañaba de repente.
Entonces en la hierba el barro se secaba
y no dejaba rastro que no llevase al río.
¿Tú crees que un río nace en cualquier sitio?
Siempre las cabalgatas me pillaron
yendo hacia alguna parte y en constante
lucha con el gentío. Verbigracia:
en el 92 quedé con Cuesta
cerca de Riego, en el 91
iba a la biblioteca, en el 90
algo en la calle Uría…, y siempre el mismo
molesto rebrincar y los ahogos
entre niños pasmados y vejetes
que tienen frío y padres de iracunda
mirada y los camellos y los pajes.
Verla partir y amarla como nunca
Nicolás Guillén
La quise sin querer, sin elegir,
contra mí mismo,
y ahora que se ha ido
saber que está en el mundo no me deja dormir.
Estoy perdido.
Y recorro su calle a ver si hay suerte,
que no me atrevo
a llamarla y me juego
la tarde en encontrarla, qué sé yo, casualmente.
X, el más implacable cazador de autógrafos de Asturias, siempre acechante ante cualquier popular, famoso o importante que aterrice en nuestra región, consiguió cobrarse varias piezas en la fiesta de…
(Leído en la prensa)
Vestido con mal gusto y ese aspecto
de perro triste, eres mi pesadilla
y también una incógnita.
Va a seguir, pero duda, y se detiene
a saludar mejor. Acaso entiende
que la frecuencia obliga a cierto aumento
en lo que atañe a calidad y tiempo.
Recuerdo que hace sólo unas semanas
nos cruzábamos y él me saludaba
con hastaluego y mínima sonrisa,
sencillez que también se agradecía
por cómoda y ausente de embarazo
(nunca he sido muy hábil en el trato
social).
Yo aprendí en el hogar en que se funda
la dicha más perfecta…
Gabriel y Galán
Aquí donde no tienen cabida los maricas
y a cometer los propios errores se prefiere
cometer los errores tranquilos de los padres,
uno es merecedor de este legado:
seguridad y pan,
paz y severidad y algún consejo.
Tu torpe Ich komme aus salva la tarde
de un día atroz. Pronuncias
encantadoramente
mal todas las palabras. Te has dejado
el libro en casa y yo te lo agradezco
sin decir nada. Llueve
tras el cristal oscuro que duplica
nuestras cabezas juntas.
Me acuerdo de las noches, siempre muy tarde, que tocaba tu timbre
y me obligabas a subir.
Y yo estaba borracho, como siempre, y traía mi lista de pecados mor-
tales, y a lo mejor temía molestar y tú decías: venga, no seas
tonto, cuéntame qué te pasa.
La mitad de las chicas con las que me he acostado eran lesbianas.
He querido a mujeres con las que días antes no me hubiera atrevido ni
a soñar.
No sé, les atraía
mi aspecto de vampiro que bebe la sangre entre sus piernas,
de adolescente enfermo que mira fijamente,
tiene oscuras costumbres y el pulso tembloroso.
(Por P. F.)
Ese vértigo-abajo de los días peores
al fin no es más terrible
que ese vértigo-arriba de la infancia
mientras alguien se inclina hacia nosotros
desde torres monstruosas y nos deja
un pellizco de susto en la mejilla.
¿Recuerdas una tarde que estuvimos en ese bar que no me gusta, en
Foncalada,
entre viejos que leían periódicos temblones y una mujer absurda
merendando.
Y tú firmabas sobre una servilleta, una vez y otra vez, una vez y otra
vez, como una autómata, silenciosa y mecánica.
Mientras anochecía, los cristales
estaban empañados.
Se levantó y miró por la ventana,
la frente en el cristal.
Sus nalgas de muchacho
y su espalda aún brillaban en la sombra
mucho, mucho después.
Dónde estamos, qué ha sido
de los dos, de nosotros.
Ser necio y tener trabajo:
eso es la felicidad.
Gottfried Benn
Nos enseñaba a odiar la poesía,
y estas fueron sus víctimas: tantísimos
tontos de facultad, muy licenciados
en cháchara semiótica.
Los logros
conseguidos (menos lectores, menos
competencia) aseguran el relevo
en la especie académica (o el pincho
de las 12 entre clase y seminario).
“El amor es un miedo: una moneda,
un bien de cambio” -susurraba su voz
de borracho creíble, y sonriendo
añadía: “Cualquier amante es sólo
un chantajista”.
Y en las noches aquellas, como extraños libertos,
dejábamos atrás mi trabajo y sus libros
para beber, beber.
Perder placer es triste
Luis Cernuda
Cuando estoy en su casa duermo solo.
No me he atrevido nunca a afrontar el pasillo
que velan los ronquidos frágiles de sus padres.
A veces, en la noche,
noto el hueco invisible que no ocupamos juntos.
Si en la cena se hablaba de la noche
me apuntaba a los planes en que estuvieran ellos:
saberlos entre el grupo
era la vida en orden de una forma inconsciente.
Sus besos adornaban el verano.
Juro que los amé sin yo quererlo,
que no escogí el dolor ni la codicia
ni preguntarme cómo se querrían a solas
o qué significaba yo en sus vidas.
Nosotros no dormimos. Hay un gesto
de araña en cada sombra amenazante
y el silencio se llena de presagios.
No dormimos. Quemamos
las horas como extraños cigarrillos.
Sabemos que ahí afuera la vida es deseable,
las chicas huelen bien,
y nada de eso es nuestro.
Los discípulos se miraban unos a otros,
pues no sabían de quién hablaba.
Mt. 13, 22
Largamente adiestrados en la sospecha, y hartos
de mentirnos los unos a los otros,
canallas que sonríen
mientras sorben sus whiskys.
Tiempo de contrición: nos hemos hecho daño.
Yo soy malo. ¿Recuerdas cuando Gina
me lo llamaba -Malo-, no con esa
complicidad coqueta tras mi típica broma
cruel a costa de alguien, sino en serio
y con la gravedad de lo que es cierto
y muy triste (ya estábamos
a punto de dejarlo).
Me deprimen los tíos que esperan en un coche,
el codo necesario sobre la ventanilla
y la radio ofendiendo con la canción de moda.
Quedan bien en las tardes de sol, y los veranos,
por extensión, son suyos. Cuando cruzas
la calle sola y pesan
la calle, el sol, el día que te vive,
ahí están ellos, fuma que te fuma,
dueños del sol, del día, de la calle y del coche.
Te juro que de noche vienen a verme todos
aquellos que he engañado a lo largo del tiempo.
Me miran con los ojos terribles de tristeza,
seguro que no saben que me alegro de verles.
Mis amigos y víctimas. No es tan malo en el fondo
estar aquí sentado recibiendo visitas.
Yavé se complació en Abel y su ofrenda, mientras
que le desagradó Caín y la suya. Caín entonces se
encolerizó y su rostro se descompuso. Yavé le dijo:
¿Por qué te encolerizas y te muestras malhumorado?
Gén. 4, 4-6
Me he pasado la vida malgastando favores en personas que nunca me
quisieron.
¿Qué estoy haciendo aquí, qué hacemos todos
copa en mano, apurando el indolente
pitillo de la fiesta, tan tranquilos
y pasándolo bien, como si nada
sucediese en el mundo, como si
tuviésemos derecho y fuese lógico?
Hagamos una pausa.
En mi familia no se dijo nunca te quiero.
Jamás oí decir lo siento a mi padre o a mi madre.
No sé si era vergüenza: una ternura demasiado estridente para enser
cotidiano.
¡Incluso leer poemas! Eso sí que era algo sospechoso,
tanto como una mancha repentina o un suspiro o una puerta cerrada
con demasiada llave.
Mientras muchachas que serán catequistas cantan y tocan la guitarra
como quien eleva una protesta sentimental a un dios tímido o como
quien se rasca la panza con mansedumbre
y aquí en el tostadero ya son indiferentes las piernas y los brazos ya
sin dueño,
mientras la fuente sigue siendo útil para fauces sedientas y espaldas
sonrientes de pura caricia
y allí abajo en el pueblo tañe una canción de siseo de rezos total-
mente impropia de la estación
y el agua en todas partes es sobre todo sonido y no frescura
pero quizá humedad amiga para quien es lamido en el hombro duran-
te un verano ideal,
yo pienso:
estoy oyendo el tañido de una campana y un zumbido de canción
y abrasándome al sol en el tostadero,
lo que vale decir: solo en mitad del mundo.