Yo vestiré de negro
de arriba abajo
mi soledad.
Igual que en el mes de agosto,
lloraré estrellas a montones.
Altivo dolor mío,
da tu voz, desde ahora, a las fuentes del canto,
hondamente encerradas en mi alma
como en el corazón de una montaña.
Que el cuerno de la muerte resuene nuevamente
a través de mis versos.
Os deshojáis así, os deshojáis,
últimos sueños míos,
en la magnificencia del otoño.
* * * * *
Con mis pasos ansiosos de caminos,
devano el ovillo de la distancia.
El decir «a lo lejos» me es tan caro
como una mujer.
Para mí el horizonte mueve velos de nubes,
y las cimas de las montañas me sonríen
con sus dientes de nieve.
Los bosques acarician mis mejillas
con sus dedos de ramas.
Y la onda espumosa de los ríos,
igual que un perro amigo,
mueve a mis pies la cola,
ladrando alegremente.
Mi corazón celebra, campana de la boda,
la gran fiesta del Siglo
cuando el alba despliega banderolas
de llamas y de sangre.
La savia sube, rica, por los tallos,
nuncio de una gloriosa primavera.
En el fértil y rico
terreno de mi alma,
he trasplantado
el árbol no terreno del amor entre los hombres,
y en un inmenso abrazo
rindo el espíritu y grito:
¡Vida, vida!
* * * * *
¡Oh, vosotros, los siglos, montones de ruinas!,
¿he de esperar aún el tiempo venidero,
pavo real de púrpura en lo alto de la casa,
cuando todo va a hervir, se va a quemar
y, flotando carteles y banderas,
va a transformar en lava las masas victoriosas?
Yo vestiré de negro
de arriba abajo
mi soledad.
Igual que el mes de agosto,
lloraré estrellas a montones.
Altivo dolor mío,
da tu voz, desde ahora, a las fuentes del canto,
hondamente encerradas en mi alma
como en el corazón de una montaña.
Que el cuerno de la muerte nuevamente resuene
a través de mis versos.
¡Volad, volad
en la magnificencia del otoño,
volad, sueños dorados
de las primaveras que se avecinan!