Canción redonda de Claudia Lars

A don Joaquín García Monge

Voy a cantar la inmensa belleza de la vida
en un verso sencillo:
el color de la nube, la fragancia del gajo,
y el milagro del trigo.

Quiero robar al Sol su clave luminosa
y su escala de brillos;
y con el alba nueva despertar en el mundo
los ojos y los trinos.

Entraré con el viento en la selva profunda
de los ecos dormidos;
y he de sentir la recia carga de los calores
y l’aguja del frío.

Jugaré con las olas de los mares revueltos
un juego de peligros;
y escribiré en l’arena una estrofa que acaba
en puntos suspensivos.

Subiré con el fuego, como una flor violenta
de capullo encendido;
y después, llama extinta, he de dormir oculta
en el rescoldo tibio.

Ensayaré la gama, transparente y alegre,
de las voces del río;
y el vaivén de fulgores que traza en las espumas
el pececito arisco.

Meceré mi cadencia en el tallo delgado
que sostiene al jacinto.
Me hundiré, con la savia de la raíz oscura,
por túneles de limo.

Asomaré mi tierno retoño de esperanza
entre lianas y espinos;
y en la fruta del árbol acendraré las mieles
de sabor exquisito.

Esponjaré la seda del gusano rastrero
envuelta en el ovillo;
y en la fiesta de Mayo habré de ser inquieta
mariposa de giros.

Remontaré mi gozo en el vuelo del pájaro,
por diáfanos caminos;
y en la rama flexible, bajo las sombras verdes,
he de colgar mi nido.

Guardaré, con la fiera, mi soledad salvaje
y mi cueva de gritos.
Buscaré, con la bestia, el yantar cotidiano
que rumian los vencidos.

Abriré misteriosa puerta de corazones
con mano de sigilo;
y en cuenca de ternura recogeré la música
de trenzados latidos.

En la pauta de amor, en el Júbilo Eterno,
he de inventar un himno
que vibre en armonía exaltada y perfecta,
llenando el infinito.

Con la brasa del beso sellaré la frescura
del labio sensitivo;
y en ofrenda secreta entregaré tesoros
cabales y escondidos.

Para quien llora en vano, buscando en el silencio
como un niño perdido,
he de tejer, con hebras de arrullos enredados,
quieto rincón de abrigo.

Aprenderé a mirar con ojos de vidente
las cosas y los signos;
y sabré descubrir, en cada acción, la causa
y el humano sentido.

La flecha de mi anhelo romperá la tiniebla
sin perder su destino;
y la red de mi ensueño ha de alcanzar distantes
luceros sorprendidos.

Ni angustias ni temores ceñirán en mi carne
cadenas de dominio,
porque tiene mi impulso la fuerza arrebatada
del torrente crecido.

Seré palabra clara que reza y que bendice,
y sollozo y suspiro;
y en el dolor rebelde y múltiple del hombre
lamento retorcido.

Y cuando en la belleza de mi canción redonda
no falte ni un sonido,
la soltaré en el aire… Y escogeré, callada,
los rumbos del olvido.