Reposando en el cuenco de la luna
Y con los ojos tan lejos
Que se diría
hierba de los lagos;
Y sobre ti, nieve dulce que los años pacen:
El terror de este canto
O su ternura oculta entre el follaje
Como la boca de un venado.
Sobre ánforas muertas y sepultos espinos,
La rama del corazón es posible
Y se alza y te toca, impalpable caricia
A través de tu pecho desleído.
Y luego el viaje en tren
Y aquella dama lánguida
Sonriendo veloz a telégrafos y búhos:
‘Dennis, Dennis, tú no estás,
Pero las yeguas paren.’
La espina del Sol,
Desde el reloj de piedra,
No los ojos primeros tasajea
Sino cegadas máscaras, memoria
De lo no vivido, fruto insomne
Que antecede a la semilla.