Yo vengo de esa hora que soporta la tierra,
donde estaba tu vida contra los huracanes,
frente a las puertas selladas ante las bocas mudas.
¿Acaso, lloraste a veces bajo la medianoche,
cuando las estrellas te llevaban a tu cielo?
¿Acaso te arrepentías?
¡Ah, pero tus manos podían soportar toda tu soledad
y te daban el pan!
Y entonces miraste en los ojos de los pobres,
de los mendigos que guardan en los rincones de las ciudades.
¡Ah, los mendigos!… ¡Ellos, los mendigos!…
Tan parecidos a los viejos muros y a los santos…