Cantos de la confrontación de Carmen González Huguet

«Morir no hiere tanto.
Nos hiere más vivir…

…Un triunfo puede ser de
diferentes clases.
Hay un triunfo en la estancia
en que esa vieja emperatriz, la Muerte,
por la fe es derrocada.

Triunfa el entendimiento más fino cuando avanza,
con calma, la Verdad…»
EMILY DICKINSON

I

Para saberme
era preciso que supiera
las líneas de mi rostro contra el de otros,
que toda identidad me fuera conferida por contraste,
que supiera qué soy
sólo a cambio de ver y de aprender
todo lo que no soy,
lo que nunca seré,
las rutas y las caras del ser
que me son más ajenas,
la nulidad que otro existir me ha conferido.

De este modo, no soy
o sólo soy, más bien,
todo lo que tú mismo
desechas y no eres.

Para existir
he tenido que ser el otro
el que no eres:
Tu sombra más querida,
la que más íntima
y opuestamente te refleja
hasta complementarte
pero, al cabo,
nada más
que una sombra…

Reducida al desierto,
a la profunda oscuridad sin nombre,
al reducto del miedo,
a la noche, al silencio,
a los más lóbregos ámbitos
donde la luz de lo viril no llega.

No soy por lo que soy,
sino por lo que tú no eres. Pero ahora
que pretendo por fin
definirme y nombrar
la realidad entera bajo mis propios términos
me encuentro con que saqueaste para ti
todo el oro sonoro de la voz,
el acervo frutal de los idiomas,
la virtud del lenguaje.

No sé pensar más que con tus conceptos.
Me enajenaste el mundo y con él
te llevaste la voz
que hasta había aprendido
la suavidad de las canciones.

Como el salvaje de la tempestad,
aprendí tu lenguaje para odiarte,
para insultar en ti mi mudez, tu avaricia,
la lascivia que tú saciaste en mí
porque me hizo necesaria.

Hoy tejo con mi aliento
una nueva palabra que no sea
nudo, lazo, cuerda de horca, hoguera,
cadena, yugo, afrenta,
servilismo cerril, ceguera, miedo…

Una nueva palabra
para nombrar el mundo
que veo con mis ojos
y que, algún día,
consiga que tú y yo
podamos dirigirnos uno al otro
sin sumisión, ni odio,
sin miedo, con la firme
franqueza con que se hablan los iguales.

Y el lenguaje
no sea ya
arma de guerra, insulto,
ni balanza parcial a tu favor
en el comercio que habremos de tener
para que el mundo
sea un sitio plural,
abierto, hermano,
más cálido y feliz
para nosotros.

II

Hoy puedo imaginar
el futuro sin ti.
Pero no me interesa.

Sola, he caminado sin tus manos.
Lejos de este refugio dulce de tus brazos,
reconocí la envergadura de mis alas,
dónde llega mi límite y mi aliento.

Ya no me engaño. Sé
que te he necesitado desesperadamente.
Puedo vivir sin ti, mas no sería
un galardón buscado.

He decidido que vivir a tu lado construyendo
un futuro distinto es más satisfactorio
y que vale el intento.

Lo demás está escrito en tu mirada
y en la alegría nueva que inventamos
como si fuera luz
entre nosotros.

III

Ay, los de siempre
habrán de repetir hasta la saciedad aquello
de que toda debilidad
tiene en nosotras su morada.

No creas una palabra.

Nadie le otorgaría
la pesada contienda que libramos contra la muerte
a manos menos diestras,
a cuerpos menos fuertes,
a mentes menos claras.

Somos las que libramos al futuro
de la aniquilación total y del abismo.

Por nosotras
la historia sigue el curso y las estirpes
desmienten el naufragio.

Pero, además, la vida
nunca yerra su curso,
ni en sus sabias razones se equivoca.

Nadie tiene derecho a despreciarnos,
ni a definirnos un destino
por la tormenta que nos bulle
debajo de la piel,
ni a reducirnos
a repetir sin pausa
los cabellos de Circe,
la belleza de Helena,
la esclavitud largamente elogiada de Penélope
o el destino de Juana,
muerta en la hoguera
por defender un reino que era ajeno.

Condenadas a una fertilidad de piel y sangre
¿nadie gritó en el día de la mutilación?

¿Es porque la otra herida
no sangra que han creído
que no fuimos castradas?

No busquen en el himen
la mancha del oprobio.

El alma nunca sangra
y el espíritu herido
deja el vestido intacto.

En blancos algodones,
envuelta en el sudario
de la resignación, no puede
la conciencia gritar su descontento.

Engordaron la víctima, cebaron
a la bella borrega del festín.

Ahora, cuando a veces
nos quisieran pensantes
los inconsecuentes de siempre,
por Dios, ¿de qué se quejan?

IV

Sin embargo,
ningún oprobio ha conseguido
quitarnos el caudal de la ternura.

Somos más fuertes porque en el desierto
del odio no dejamos
que se secara el agua del afecto.

Porque a pesar de heridas y de afrentas
la piel del alma la tenemos suave
para seguir amando.

Si nos hemos doblado bajo cada tormenta,
nadie pudo quebrar
la voluntad de ser que nos sostiene
ni secar el amor,
ni mancillar el fruto de los besos.

A veces, creo
que, en el fondo,
los que nos llaman débiles
en realidad
nos tienen tanto miedo…