El sapo común, que con la lengua caza los bichos al vuelo
y salta, chueco, trillando los yuyos tórridos y espoleando
las sombras, pardo, noctámbulo, bufón de la zanja,
debe sin duda su aspecto al sapo singular
del mundo de los arquetipos, que brinca sin hambre ni sed
por la vegetación inmóvil de un jardín modelo
conservado en un clima ideal.
Muy bien, pero el sapo pisapapeles, que no tiene lengua,
no tiene hábitos, voz ni verrugas y además de anuro es capón,
¿a cuál debe el suyo?, ¿o al debérselo a uno lo debe
también al otro?, ¿o no debe su aspecto a uno ni a otro
y se lo debe a un arquetipo diferente?
Como sea, debajo de sus patas de jaspe hay una carta
que acabo de escribir y es movida por la brisa del ventilador;
siendo que no hablo de nada o hablo de cualquier cosa
nadie o cualquiera puede ser su destinatario,
aunque lo más probable es que no vaya al buzón
sino al cesto, donde hay más de la misma especie.