Los mangos en el plato
como en desmesurado desierto
no se asoman al tiempo.
No abren sus fisuras de luz
ni vibra
la cerrazón de su carne,
carne compacta que transcurre para nada,
carne de monja.
Y en la geometría del cuarto
son el planeta inmóvil,
la cosa oscura
que no sabe de sí,
de sus dorados jugos.
No soñará con el mar su piel sin mirada,
animales que son presa de nadie
ni su destino podrá inmutarse
con el roce sutil de un pensamiento
no elevarán quejas al cielo
ni se arrepentirán
ni recordarán siempre el mismo verso
no se lastimarán
como a nosotros
el tiempo.