En esta hora lívida de la primavera, al caer la tarde,
después de una reciente lluvia, las flores
brotan en el jardín
claras y misteriosas,
y oigo carreras en la calle, después silencio, siento la
soledad herirme,
y ahora pasos y voces. Cesan. Canta un muchacho,
y adivino en sus ojos la despedida de esta luz cansada,
de este día terrible
para tantos, mientras su voz se aleja por la noche.
Ahora que no hay felicidad, quiero encontrar un rostro
que refleje su luz, mirar caer la noche
sobre el campo dormido, oír cantar un pájaro
con dulzura inocente.
Y ahora que de ella nada queda en mí,
yo quiero contemplarla
en lo que existe y la retiene,
y con ojos serenos me asomo a la ventana para ver
un hombre con un perro, conversando unos niños, un
balcón encendido.
Hay un sordo dolor ante este frío oscuro que se agolpa
más allá de las horas de la vida,
y busco un rostro que refleje luz,
alguien que, como yo, teniendo muerte sólo,
tenga también, como tuviera yo,
venciéndola, la vida.
Los niños se dispersan, el balcón se ha apagado, se
hunde en la noche el hombre con su perro.