No creí, no reflexioné y no me expuse.
No fui instrumento ni de la paz, ni del amor, pero tampoco de la guerra y el odio.
No dude, ni afirmé, ni negué, ni renegué, ni nada.
Jamás alimenté el alma, y al cuerpo le di cualquier cosa.
Leí lo necesario y sin esfuerzo, y escuché dialogar a la gente con la lluvia, con la luna, con la tierra y sin prestarles atención.
Dormí cuanto pude y jamás saqué una espada para defender los ideales de otro.
El dolor por los pasajes horribles de la gente no melló mi tranquilidad.
Las causas perdidas o los días de gloria me fueron ajenos y descarté ejercer la fe en algo entre mis deberes.
Y para qué negarlo, con esta filosofía fui feliz entre los mortales, sobre la tierra y en vida.