No creí, no reflexioné y no me expuse.
No fui instrumento ni de la paz, ni del amor, pero tampoco de la guerra y el odio.
No dude, ni afirmé, ni negué, ni renegué, ni nada.
Jamás alimenté el alma, y al cuerpo le di cualquier cosa.
No creí, no reflexioné y no me expuse.
No fui instrumento ni de la paz, ni del amor, pero tampoco de la guerra y el odio.
No dude, ni afirmé, ni negué, ni renegué, ni nada.
Jamás alimenté el alma, y al cuerpo le di cualquier cosa.
Dice José Asunción Silva que los poetas se dejan crecer la barba para ocultar el silencio de su amor prohibido, y tal vez claro, para ocultar el rictus de la amargura que le depara su destino.
Dice Aurora, que los poetas no pueden amar a una sola mujer porque se les cae el pelo, se les anega el alma y se vuelven sardónicos hasta roncando y pueden caer en el vicio arcano de la masturbación.
El problema es tener litros de recuerdos sobre los pies hambrientos y haber transitado por intuición como si fuéramos aves. Dolernos hasta los tuétanos con la presencia de cosas amadas que jamás fueron nuestras y no poder sumergirnos en el juego de las alegrías ajenas.
El hombre que te ama puedo ser yo mismo en otro cuerpo y cuando mi cuerpo te ama puede ser ese otro hombre en mi yo que te desnuda y te besa y se inclina hasta tu alma y lame de tu intimidad como si fueras un ser sagrado y puro al que se tiene que venerar porque eres única y fiel.
Las mujeres que me gustan se visten de rojo, de colores cálidos y zapatos abiertos.
Son las que juegan con la mirada y la sonrisa, con la indiferencia y el olvido.
Las que tienen los dedos de los pies limpios, las manos de agua cálida y una estrella escondida en medio de los senos.
He mirado la noche y descubierto sus defectos. He mirado tus hazañas, la risa del condenado y la del hombre que nos envidia y el desprecio de la nostalgia.
La tristeza me allana cuando en la noche despierto y presiento que me piensas.
Me sirven las cosas que a nadie le sirven, me huele a pan las miradas de la gente, me da risa lo ausente, me como las flores para alimentar el alma, y me enamoro de lo imposible, me enamoro de alacranes.
En días de carnaval me baila el corazón y la sangre es un río n por las vanidades ajenas.
Te he dicho cosas horribles que te hieren toda, desde los huesos hasta la dignidad, y resistes sin morir porque eres joven y te faltan historias de amor por escuchar.
Mis argumentos son que todo pasa porque el destino tiene sus hilos y la silueta del barco sus rutas en el mar.
No encuentro resignación en la fe, ni en la alegría de los alimentos litúrgicos.
Morirse es fácil y lamentar lo inevitable puede ser una banalidad para frívolos.
Las hazañas humanas tan raras como perdonar desaparecieron de mis límites, y ahora solo encuentro un montón de palabras secas regadas por pastorcitos en campos baldíos, o lo que es peor, en espíritus áridos y desplazados hacia la izquierda donde el sol se pinta de rojo y florecen las pasiones, los dolores, y claro, las dudas.
«Hacedme casto… pero aún no»
San Agustín (Confesiones)
Aprendí la virtud de mi madre, pero de los lobos a mentir como un sofista para ganar en el amor y en la tierra.
Imaginé todo sobre lo inmoral y caminé sin Dios por mis propios senderos.