Consagración de la primavera de Luis Alberto Arellano

Alabada sea tu alba carne, mi telúrica. Bendito el tuyo vientre que me consume. El centro sin centro de tu cuerpo, una esfera que lentamente nos llueve. Unidos por lo frágil me conmueve la suave trama de tu piel.
En la lenta corrupción de las horas, la soledad y su húmedo poso de caricias nos callan. Eres agua y de agua me cubres. El hombre cuando ama se lamenta, sabe a lloro el llanto de su delicado afán. Alabada sea tu alba carne al mediodía.