Antes de conocerte te adiviné
Sedúcelo. Abrázalo apretado y cántale derecho.
Relata una sensualidad exuberante
y hazle creer que le incumbe su exacto desempeño.
Dile que tus ojeras son memoria del harem
—no tu desvelo, tu edad (menos tu insomnio y sus
delirios).
Llévalo a una función de media noche.
Lee con voz ronca tus poemas más cachondos
—como si a él los hubieras dedicado.
Invítalo a tu casa, ve a la suya:
la cercanía de un lecho, de una intimidad ajena
conllevan la tentación de profanarse.
Déjale entrever el festín que se aproxima,
prepara de comer cosas sabrosas.
Haz alianzas con sus ambigüedades
apela a su vanidad. No lo acorrales.
Que crea que te ha conquistado con sus méritos
—no que debe llenar huecos de aguas estancadas
que lo ahoguen
o cruzar territorios encendidos que lo quemen.
Úntate pociones con olores vagos,
inclúyelo en rituales de los cuales se crea destinatario,
rétalo, halágalo, procura la media luz
(a tu edad, siempre más favorable).
Ofrécele una copa, tómate otra.
Habla, hazlo reír —la risa.
Calla también, resulta misteriosa, ten secretos.
Invítalo a lugares que luego vincule a tu recuerdo.
Ahora, como le gusten gordas, te chingaste, hija.