Una cacerola que dejé puesta un día
sobre el mármol de la cocina.
Aquel lugar deshabitado largos años
mantuvo el utensilio. Yo era otra
al volver a destaparla. Vi moho
vi roña, vi partículas muy confusas
nadando en el agua pestilente. Vi
la forma de la cacerola intacta.
Recorrí con la mirada cansina
los alrededores del lugar, y el tiempo
se volcó sobre mi: el mismo edificio,
la misma calle, las mismas acacias.
El hedor de la cacerola era tan intenso
que me aparté a la ventana
para respirar. Mirando la calle
vi la misma gente, las mismas
posturas de la gente, las mismas
conversaciones de la gente. Lo vi
todo igual. Vacié aquel hediondo
líquido y restregué la porcelana
con un viejo estropajo que se deshizo
entre mis dedos.