Un loco es alguien que está desnudo de la mente. Se ha despojado de sus
ropas invisibles, de esas que hacen que la realidad se vele y se desvíe.
Los locos tienen esa impudicia que deviene fragilidad y, en ocasiones, belleza.
Andan solos, como cualquier desnudo, y con frecuencia también hablan
solos («Quien habla solo espera hablar con Dios un día»).
Poemas de Courtoisie Rafael
La soledad, esa piedra masculina que reposa en una habitación sin horas
como un planeta hermoso y advertido.
Una fruta de hierro.
Los hijos de los Grises le arrebatan el gozo a las mujeres,
justo en el último momento, justo cuando están por acabar. Los hijos de los Grises,
en el último instante, se llevan esa gema invisible del sexo de las mujeres
y hacen un collar de maravilla.
Para las almas los cuerpos valen oro. Pero es un oro carnal,
de ruido tibio, un oro en trazos y fibras, oscuro, más oscuro que la muerte
que lleva y devuelve las almas a su origen, la muerte como un mar que las devora.
Algunas mujeres se consuelan con dedos que arrancan de las estatuas.
Un lago tibio les crece entre las piernas y en el fondo del lago
colean pececillos y se escurre en lo profundo su rojez partida en dos.
El pulpo, como una estrella blanda sumergida, recibe al anular y provoca
una estampida de puntas de peces y arenas del temblor que desmoronan.
«Un pez de hule envuelve la comida diaria. Las escamas de nylon
se deshacen pero no logran pudrirse en la boca del desierto:
bolsas, jirones y retazos de plástico, trozos de cármica y latas como joyas oxidadas.
Cada cosa es un tesoro y tiende a la aridez.
Antes de dormir, Z macera raíces y pasa los jugos
sobre los ojos de las piedras. Las estatuas brillan serenas,
con una humedad oscura y un derroche de luz y lava sólida.
Así apacigua la noche su custodia.
* * *
Una carta llega a destino antes de ser escrita.
Un idioma de polvo se escucha en las calles.
Q transporta una vasija y las gentes se apartan.
Lleva una carraca para anunciar su paso y un niño se adelanta
moviendo los brazos, anunciando el peligro.
Alguien, desde una azotea, tira una piedra.
Un hijo de palabras, hecho de coágulos, hecho de fragmentos
de cosas que dije o que no dije. Es un minuto y una boca de vidrio picado,
es una sombra y a su costado crece el río de otra sombra que lo sigue
y que dice y que no dice.
Una mano de tierra edifica ciudades y relámpagos oscuros.
En el cuerpo de un árbol, un nervio de humedad siente la brisa.
De «Umbría» 1999
*La numeración es nuestra
Un hijo hecho de coágulos entre la maravilla de la música,
en los oboes, en las guitarras, en la palabra «piano» con sus dientes flojos,
y una luna de trapos enjuga los sonidos. Es la canción de la infección
con sus arpas tisulares, el agua del contagio llevada por la brisa.
Cuando la forma comienza a declinar aparece el fondo. Se adelgazan las paredes,
se afina la membrana, la noche extensa, sencilla o intrincada de la forma. El fondo
se opaca entonces, comparece.
Hay un instante de atraso, de desfasaje entre la forma y el fondo y es allí donde
se ve su orilla, su materia dispersa, su líquido sin continente.