A Myriam Moscona
También enciendo el pabilo, Contemplo la llama que despierta
las formas de la cera.
Te oigo ir y venir entre tus silabas, subes y bajas por las escalas
de lo que dices.
Descifro tu liturgia, los ademanes con que andabas entre las
galerías de tu babel temprana.
‘Los viejos hablan un idioma que sólo es nuestro en la plegaria.’
Me animas a decir desde tu exilio.
Esmirna, Sofía, Constantinopla digo que dices torre, raí/.,
parábola. Colmenas del instante, yacimientos apenas vislumbrados.
Entre tu falda abrigas un reptil, un camaleón que salta a la hoja
cuando escribes.
Entonces tu palabra es diáspora y en el vaho que exhalas sobre
el vidrio tu dedo índice traza el signo de la perseverancia.
¿Hay una sola llave para la puerta de casa?
¿Hay una sola casa para la llave que de mano en mano llegará
un día hasta las tuyas?
Una promesa de orientación, una clave en el destierro, una en-
señanza en cada pie gastado por la arena esto pedíamos.
Oigo el roce de tu lápiz, sigo los gestos con que perfilas tu
cábala, los movimientos con los que apuntalas tu lugar, tu espacio
en el mundo.
Y encendemos juntos el pabilo, aunque no sea viernes, ni tú
estés aquí para escuchar la campana que se demora en el aire.