Mientras nosotros escribimos
la vida pasa fuera con su lámpara
Mientras nosotros amamos
todo lo escrito carece de importancia
Mientras bebemos y cantamos
el amor nos traspasa sin herirnos
Mientras estamos aquí
algo sucede
Tal vez abril
Mientras nosotros escribimos
la vida pasa fuera con su lámpara
Mientras nosotros amamos
todo lo escrito carece de importancia
Mientras bebemos y cantamos
el amor nos traspasa sin herirnos
Mientras estamos aquí
algo sucede
Tal vez abril
Un gran ministro de ébano preside las reuniones en el pequeño
salón de la nostalgia. Un ministro mudo, en exilio. Hace años que
nadie le arranca un gemido, un ademán digno de su alta jerarquía.
Tal vez las abuelas bailaron a Strauss en veladas de organdí y ponche
de granada, tal vez alguna de ellas fue entonces tocada, a través del
guante, por la oscura corriente del instinto… Ahora tú escapas de
otras manos que te persiguen descalza, desnuda bajo el vestido
finges huir de esas manos que finalmente te atrapan, justo al lado
del piano, y hacen saltar la nota más grave de tu risa, reactivan la
reciente música nupcial, señora de Steinway, derriba sobre la madera
prensil, y tu cuerpo se arquea y el ministro encuentra el acorde y se
abren las puertas de la casa.
Está desde siempre. Antes que la casa fuese siquiera un pensa-
miento. Ha crecido desmadejada y aérea, nutriéndose de linfas sub-
terráneas. Como una madre vegetal, una madre joven, sibilina, fecunda,
ampara el gorjeo sexual de los gorriones en un rincón del patio y
atestigua los encuentros de la señora y los gatos.
A Myriam Moscona
También enciendo el pabilo, Contemplo la llama que despierta
las formas de la cera.
Te oigo ir y venir entre tus silabas, subes y bajas por las escalas
de lo que dices.
Descifro tu liturgia, los ademanes con que andabas entre las
galerías de tu babel temprana.
Náufraga flor, exiliada víscera, Malagua a merced del oleaje,
blando cristal que el mar expulsa como a un cáncer. En la espuma
de su sueño revolcada, bajo el ciclo de azoro que los niños sostienen
al contemplarla con un temblor sagrado. ‘Tal un beso de muchacha
núbil, es la quemadura de Malagua’ dice, al pasar, un arponero.
Andar al bosque como quien va a ninguna parte. Bajo un cielo
limpio de nubes. El bosque puede estar dentro o fuera, en la mutable
dinastía del viento Llegar como quien ya estaba, antes de la herida,
como quien nunca ha salido y fluye con su sangre en el deseo, del
brazo de su muerte propia.
A Roberto Márquez
No debes hablar con los hombres, sino con los ángeles
Santa Teresa de Ávila
Para dibujar el Ángel incida con violencia sobre su silueta en mo-
vimiento. Atáquelo en pleno vuelo, jamás cuando duerme; todo Ángel
duerme siempre con los ojos abiertos.
Oscurece,
la ciudad se hace profunda:
pozo, vientre.
Luego llega la lluvia
y la disuelve.
A mi madre
¿Eres tú la sola mirada que se colma de azules bajo la sombra
de las hojas?
¿La que guarda aún el recuerdo del vestido blanco y los azahares
nupciales?
¿La que monta una bicicleta de plata como acudiendo al llamado
de un deseo imprevisto?