Sólo encontré dos pájaros y el viento,
las nubes con sus mapas enrollados
y unas flores de humo que se abrían buscándome
durante el vertical viaje celeste.
Porque vengo del cielo
como en las profecías y en los himnos,
emisario de lo alto, con mi uniforme de hojas,
mi provisión de vidas y de muertes.
Del cielo voy bajando como el día.
Humedezco los párpados
de aquellos que me esperan: he seguido
la ruta de la luz y de la lluvia.
Buen arbusto, protéjeme.
Dile, tierra, a tu surco mojado que me acoja
y a ese tronco caído
que me enseñe el calor, la forma inerte.
¡Aquí estoy, campesinos europeos!
Vengo en nombre del pan, de las madres del mundo
de toda la blancura degollada:
la garza, la azucena, el cordero, la nieve.
Fortalecen mi brazo ciudades en escombros,
familias mutiladas, dispersas por la tierra,
niños y campos rubios viviendo, desde hace años,
siglos de noche y sangre.
Campesinos del mundo: he bajado del cielo
como una blanca umbela o medusa del aire.
Traigo ocultos relámpagos o provisión de muertes,
pero traigo también las cosechas futuras.
Traigo la mies tranquila sin soldados,
las ventanas con luz otra vez, persiguiendo
la noche para siempre derrotada.
Yo soy el nuevo ángel de este siglo.
Ciudadano del aire y de las nubes,
poseo sin embargo una sangre terrestre
que conoce el camino que entra a cada morada,
el camino que fluye debajo de los carros,
las aguas que pretenden ser las mismas
que ya pasaron antes,
la tierra de animales y legumbre con lágrimas
donde voy a encender el día con mis manos.