Algunos deseos

Que vuelvas a ver la enorme catedral
y la erizada Capilla
y sientas el paso distante, los rumores
de los Cruzados y de San Luis.

Que vuelvasa la calle Monsieru le Prince
para asomarte a los escaparates
y, luego, en la calle Vavin,
a los inventos de los herboristas
y su lento prodigio -la invisibilidad de los olores.

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Cuaderno de noviembre (fragmentos)

Humo de rosas quemadas en el jardín donde hemos conocido a la noche
con brazos más extraños que la palabra Deseo,
donde sobrevive un aire de recuerdo inútil,
mordido por la venenosa fragilidad que distribuye la sombra al pasar,
cuando el frío se transforma en una cercanía igual a una oscura
concavidad
y nuestros ojos tienen un color escondido que respira con un fulgor
desnudo y desconcertante.

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El peso de una chispa

Entro en una gasa letárgica
hecha de fantasma y Purgatorio.
Está detrás de una velocidad de párpado
la fractura de una Afirmación.
Pero yo nada puedo ya afirmar
en esta ensordecedora negociación
de bien, mal, política, moralidad.
Entro y salgo de vestiduras tensas,
la Afirmación me enardece:
debo escoger, tomar partido,
pronunciar una sentencia
y mantener los ojos abiertos.

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Escena de costumbres

La región que buscabas en el azul del sábado es una reliquia
desprendida del corazón húmedo del aire: una zona de poca
fortuna
Para la riqueza de tus manos —rectas y dolorosas, metidas en el azar
de un brusco acercamiento
o penetradas por el disturbio de una desnudez que nadie sospecharía.

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La noche del cuerpo

En la noche del cuerpo se preparan
los alimentos de Dios,
la cena carmesí de los esclavos, el místico bocado
de los turbios amantes-

sudor, lágrimas, mierda-

el humus lento, el óvalo marchito,
el resto náufrago del visionario,
el regalo sedente
que se posa en la tierra-

un vapor de Demonios
rodea los Testimonios.

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Nocturno

Milímetros de ti convergen ahogándose, bajo la noche, la fantasía de toda
la transparencia empozada en el cuarto.

Tu mirada oscila con un cerrado esplendor,
y en tu saliva surgen pedazos de nombres, alas de quemaduras: la noche
resuena en tu paladar
con paso lentísimo de larva y roce tibio,

de animales numerosos extraviados en el reino de tus ropas, mezcladas
de cualquier modo en la silla sombría,

bajo techos muertos y lúcidos, recogido tú en los dones del sueño sobre
tu cabeza hipnotizada de silencio.

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Olvidar

Aquí están los nervios
que envuelven, como un papel fragante,
las melodías obtusas
del rencor.
Y aquí la risa
como un pájaro ebrio…

Escuchar. Olvidar. Dos neblinas.
La espuma del sufrimiento
cala en el encaje náufrago
de mi silbido matinal.

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Plegaria

Señor, salva este momento.
Nada tiene de prodigo o milagro
como no sea una sospecha
de inmortalidad, un aliento
de salvación. Se parece
a tantos otros momentos…
Pero está aquí entre nosotros
y crece como una luz amarilla
de sol y de encendidos limones
– y sabe a mar, a manos amadas,
huele a una calle de París
donde fuimos felices.

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