A Enrique Fernández y Mayte Gómez
Porque no es bueno
confundir el aliento con el frío del alma,
ni es bueno que el hombre viva solo,
ni es amable la mesa arrinconada en el salón
con sólo un mustio plato en el mantel,
y las migajas.
Venid a ver el polvo de las cosas, sacadme
de esta ciénaga sin luz. He perdido
la costumbre de la amistad y me pesa
como mármol cada tarde en casa,
sin salir de mí. Deseo vuestra voz
entre los muros como lluvia común.
El latido del silencio alrededor.
La bondad de vuestra dulce compañía.
Anhelo vuestra voz porque confundo ya,
exhausto, el tembloroso aliento de mi boca
con el frío del alma.