De «La lentitud del vino» 2008 de Clara Israel

Antes del poniente

Te besaré en la luz y allá en lo oscuro,
donde el día agoniza y va muriendo,
y serás el misterio que no entiendo,
y serás el prodigio que me auguro.

Te quiero a ti, puedes estar seguro,
mi otra mitad, que va disminuyendo
a medida que muero y que comprendo
que de los dos perdurará el más puro.

Dejar de ser y transformarse en algo
al mismo tiempo, amor, propio y ajeno,
olvidar si uno es débil o uno es fuerte.

Y convertirse así en aquel hidalgo
que combata en la lluvia y en el cieno
para alterar los planes de la muerte.

* * * * *

Distancia en los espejos

Solamente era un niño y no sabía
que vivir, y morir, todo era en vano.
Pensaba que morir era cristiano,
no aquel incendio que te consumía.

Pasó el tiempo y la muerte la hice mía
con la extensión y la impiedad del llano.
Te ofrecí a manos llenas, en mi mano,
el consuelo que es larga tiranía.

Siempre intenté salvarte en el recuerdo
e impusieron su juego los espejos.
Te desvaneces poco a poco y pierdo

la velada señal de tus reflejos.
De tu beso y ternura no me acuerdo.
No pensé que morir fuera tan lejos.

* * * * *

Entre el frío y la ortiga

Te han dejado olvidada los poetas
en el tacto del frío y de la ortiga
y en la rosa te has vuelto su enemiga
tal como te anunciaron los profetas.

En el vaivén azul de las veletas
y el viento atormentado que te abriga,
combates contra el mal que te castiga,
esa muerte que te hace dar piruetas.

Pero te salvará otra vez el verso
en el que tú, quizá, menos confías,
el beso que por ti se hará converso

y que de noche en vano desafías
para solicitar al universo
la persistencia eterna de los días.

* * * * *

Exilio de la nada

Te esperé entre los chopos y en los sauces,
en la tierra que acoge el limonero
y en los ríos que olvidan su sendero
y para hallarte crecen de sus cauces.

Te salvé de la nada y de sus fauces,
hice de tu recuerdo el compañero
que me dice en voz baja que te quiero
y te pide en voz alta que te encauces.

Te apacigüé en la tarde desahuciada,
en las noches hendidas por la luna
y en la cumbre del lobo más arisco.

Y te besé en tu boca recobrada
que retiene en la arena y en la duna
la sangre coagulada del hibisco.

* * * * *

Réquiem por un suicida

En la estancia vacía el suicida
contempla las navajas y sus filos
que cortan los tendones y los hilos
del tenue resquebrajo de la vida.

Y adormeciendo el grito de la huida,
escucha la canción de los vinilos
y se despide del ciprés de Silos,
de toda su tristeza sin medida.

En la noche cerrada de los sueños,
los temores se le hacen hogareños.
Nunca detuvo el viento el fiero potro.

Porque en las alas rotas de los besos,
en la piel dolorida y en los huesos,
nunca quedó en un hombre rastro de otro.

* * * * *

Vino lento

En la conversación tranquila has visto
el paso irreductible de los años,
cómo el cuerpo desciende los peldaños
del tiempo que te vuelve viejo y listo.

Cada día regresas al existo
de recuerdos antiguos y ya extraños,
cuando te encuentras por los aledaños
de tu casa a Ingrid Bergman, Jesucristo,

a Dante y a Petrarca, o a Virgilio
que vuelve de su infierno a su otro exilio,
al sueño en que conviertes su añoranza.

Disfruta de la tarde a sorbos lentos,
abraza el mar y bébete los vientos,
la lentitud del vino es tu tardanza.