De «Llama de mí» de Carlos Illescas

A ésta tengo yo y ella me tiene
Boscán

A María Elena

Ella me puso amor;
dijo: éste es tu nombre
y a partir de aquel instante,
aquel momento,
no tengo otro nombre más que amor.

La noche

I. Persiste en el aire una herida
más grande que las cosas grandes.
Me busca. Me encuentra. Me abraza,
y al solazarse en la efusión,
¿lo digo?
me traspasa de ti.

II. La media noche en alto aún gemía.
Alguien preguntó por mí
tal vez por asustarme.
Logró al punto. Ahora
produzco entre visiones pétreas
voces lejanas con remar de dientes.
Sólo deseo, amor,
creerme entre tus sombras
ese alguien que me asusta
al preguntar por ti.

III. Alguien me disuade;
expresa su temor y me conmina.
Salto de la cama daga en mano
y busco al intruso.
No es nadie; es solamente
la telenovela del viento
en tanto un gato negro
crucifica mis ojos en los suyos.

IV. Hundida en un sollozo
la noche desmerece.
Lambisca sombras. Me divisa en ti
como si al anunciarse traspasase,
no su materia, mis tinieblas.
negros relámpagos escuchan
cómo nombro en tu cuerpo
otra noches cubiertas de cenizas,
tan llama aún como la aurora
en donde ardimos sin mirar la luz.

V. Rasgas la noche en muchas llagas,
una es luz yendo a su locura;
revelación de hormiga en ascua, aquélla;
más vaso irresoluto la siniestra;
y no la extrema, yo, a quien quisieras
preguntarle cómo puede
sin quejarse vivir bajo tu pie.

VI. Bajo la sombra mi relación
de líquida ventura es imagen
a tanta torre erguida
más allá de los sentidos,
sus adivinaciones altas.
La oscuridad, sobre plagarme
me destroza y desmigaja ego a ego,
soy cuento absurdo referido
por el tonelero ciego
remedado con afán euclidiano
por un señor en cuyas manos
el pan es daño con saudade.

VII. Soy palabra omitida
dice la piedra; sepultada
nadie escucha la dilatación
de sus rumores.
Soy sensación, nada
roída por la humedad
del fondo.
Me busco tantas veces
entre vetas demoradas;
menos en una:
temor de renacer.
a cuanto tú pudieras
delegarle al tiempo;
allí la piedra dice
palabras abolidas
por la luz anegada
con la sombra.

VIII. Si no te amara,
lo que se dice huraño corazón
debelado en cucarachas,
mi madre, siempre tan cercana,
invocaría la lepra para mí.
Y mi padre, siempre en la palabra,
sin más habría de elegirme
cerdos de gruñir bubónico
como bayaderas infinitamente
lamentables para amenizar
con sus encantos,¿oyes?,
los chiqueros de mi corazón.

IX. No me hagas caso, amor,
sin más apresta tus oídos
si te hablo en esperanza.
No me traduzcas al idioma
de asuntos abrumados de cordura:
mi persona no debe preocuparte;
salvo, dulcísima, al momento
en que tu olvido me devuelva
al fondo de la mar sin nombre
de donde no debí salir jamás.

X. En mí la noche emprende el viaje;
opción de ser sombría rosa o canto
a viejos continentes.
Ya sus guirnaldas omitidas, habla,
es dulce río su invidencia
al tentalear la piedra de mi espíritu.
Es flor. Al caminar se halla;
es tan feliz encuentro en sombras
jinetes traza para el viaje.
Ahí el perfume a sueño, el sueño;
ahí el sabor a noche, noche en vela.
Noche, pues, será narrarte
en un perpetuo paso cómo el alba
uncida a su materia,
es rosa de tu canto.

* * * * *

Lejos del alba

XI. No es verdad que no me quieras;
en cielo y mar, colmena y tierra,
encuentro huellas de mi látigo:
lictor seguro de tu Sade.
No.
No es cierto que no me quieras.

XII. Siéntate sobre las brasas
y dime de inmediato:
¿A qué huele tu carne
de adorables soledades?
Huele a mí que soy tu fuego,
tu flama siempre en alto,
su asador cautivo.

XIII. Hoy vi una flor imbécil.
No buscaba el sol;
orientada hacia el olvido
mostraba un seno lacerado;
famélica, sin pan
que llevar a la boca.
El frío la injuriaba;
sus lilas eran decadencia.
La convidé a pasar. «El té
-le dije- espera. Pan de azúcar vibra
para ti». Pero ella,
tan pensarosa flor,
en lugar de abofetearme
se echó a llorar.

XIV. Si no te amara,
lo que se dice huraño corazón
debelado en cucarachas,
mi madre, siempre tan cercana,
invocaría la lepra para mí.
Y mi padre, siempre en la palabra,
sin más habría de elegirme
cerdos de gruñir bubónico
como bayaderas infinitamente
lamentables para amenizar
con sus encantos,¿oyes?,
los chiqueros de mi corazón.

XV. El fino espíritu de un lápiz,
en su extremada ausencia,
con precisión llevó mi mano
al admirable trazo de esta línea:
________________________

Tan justo se produce el brillo
y la imprevista anulación del ánimo,
que no podré saberlo nunca
cómo he de caminar en ella
sin
caer
al vacío
o
levantarme presto en caso de que tú
me arrojes a la sima de tu olvido.

XVI. Un traje gris vestido de hombre
te llevará la noticia…
Se murió de pronto. Así…
Como quien no quiere la cosa…
Diciendo tu dulce nombre…
Escupió de pronto entre toses
abrumadas de puntos suspensivos
los puntos suspensivos
que acumuló en su vida.

XVII. ¿Sabes por qué me desvaloro
a grados vergonzosos
mientras te elevo hasta la altura
en donde Dios gobierna?
Porque te quiero en entrecejo,
maravedí en manos de mendigo.
Y porque en tus insomnios, tú,
o prefieres lo infinitamente grande
o lo infinitamente chico.
Y yo no soy lo segundo.

XVIII. Con lágrimas eternas
borrarme de la tierra quiere amor.
Tal es su pretensión, su desmesura.
Junto al árbol, la lluvia sin caer,
mi pie de plomo pisa lágrimas.
Pidióme que llorase a pierna suelta.
Exigió el emblema de mi entraña
Dijo: -Si lloras de verdad
sabiendo de memoria cada lágrima,
aboliré el pecado de las albas
y el hambre que adoleces.
Tal cosa dijo amor.

XVIII. Como es el entusiasmo
por ti donado a mi tristeza
medida rebasada por lo ingente,
un molino hago de los días
en donde el año se hace harina.
El tiempo sin mañana me desbasta
en puro polvo de nostalgia
y en tal manera jubiloso
que temo, amada caudalosa,
perder amargo la tristeza.
Es ella mi única alegría.

XIX. Algo descubre cómo amor
me borra de tu corazón.
Algo de sol oscurecido tiene;
de migajón urdido en frío;
algo perdido en universos
de canticanto roto en la cisterna
en donde yace una sirena muerta.

XX. Mirar los altos cirrus
cómo devoran la distancia
al alma satisface,
mas las hormigas cargan sin medida
el peso incalculable
de pesos colosales.
¿Hacia la altura, Amor, se lleva el alma
y sin duda hacia abajo los sentidos?
Dime, ¿dónde estás tú,
a quien concedes tus favores?,
¿a la orgullosa nube deleznable
o a la hormiga de fuerzas eternales
con mi dolor a cuestas?

* * * * *

La ablución

XXI. No dejaré de ser
así la alejes de tu cercanía
tu mejor amiga
el agua.
En sus claras pupilas
reposa bosques
músicas menos recurrentes
así lo refieren robles
entabla el diálogo esperado
y tú entonces
serás feliz
dejaremos de morir
un poco.

XXII. Lava tus manos
si presientes
sobre ti el peso
de unos ojos infinitos.
Piensa
son ángel de papel
azúcar fidelísima
en memorias sumergidas
hasta la transformación
del agua en otro pasmo.
Esta que ríe lluvias.

XXIII. Rebusca en sus entrañas
la floración de un armónium.
Si subyacen mil infancias
volverá a crecer el tiempo.
Desmenuza esta idea
vista la corriente
de la noche. Su humedad.
Nadie estará al final
libre de culpa
si no besa copas rebosantes.
El líquido es hermoso
al escanciársele
como piel
tras un perpetuo fluir.

XXIV. Bajo su embate /
¿sabes? / las rocas
desmadejan su dureza
de arena / su violenta
consistencia hacen /
mundo son / instante
pasión de tierra reducida
a pensamiento granulado.
Agua agua agua
más aún que idea
memoria del mundo:
imagen tras espejos.

XXV. Si fuéramos menos llama /
lo que se dice objeto
expuesto a la tormenta
el agua pondría en nuestras manos
los sentimientos del trigo:
balbuceo entre silvestre
canon. Flores campesinas.
Pero no es así.
Demasiado estrictos somos
al compartir males irreparables.
Tanto a más secos, somos,
que pedernal en aterido fuego.
Debemos enmendar los pasos.
El amor lo pide.

XXVI. Llevas contigo al niño
cuyo rostro pide el agua
de la fuente cercana.
Llévasela y tórnalo
al cuento del ruiseñor /
del coyote / Nana Coneja /
a la luz de gotas infinitas:
alivia sus pesares.
Al día siguiente de la hazaña
bajo el cielo de junio,
singularmente humano
el niño revelará su rostro
y tú y yo su sed seremos.

XXVII. ¿Cuándo has escuchado, amor,
ladrar al agua en días claros,
en noches lunadas
mientras la madre indígena
come la modestia de un tejón?
El agua nuestra de cada día
nunca acometerá tal desmán.
Habla / dice su discurso
bajo el sol /
sobre la punta de los pies
de espigadas cataratas
y es forma de silla
para la madre indígena.
Mírala, contempla
cómo el agua de la vida
llena vasos transparentes
de su historia
inmaculadamente dolorosa.

* * * * *

Llama de mí

XLII. No me conozco. El sabor,
tras su pequeño eclipse,
me desconoce. Ni la luz,
tamiz al ojo, sabe.
¿Seré el reverso, mi otra faz
en apartado olvido?
Nadie es náufrago; el mar,
trama de repeticiones,
no me conoce. Nadie
amor, me identifica,
a no ser tú. Tú,
sensible tierra; oído
en fuego al paladar
desnudas mis raíces.
Tuyo soy, lo aúllan
lunas cautivas.
No me conozco. Árbol,
mueble del pasado;
también sus barcos
sobre la mar daltónica
hacia la otra orilla.
Sólo tú eres; real
en mi reverso estoy.
Antes, hogaza de tiempo
en bodegones silenciosos.
De tal ahí sí soy,
tu ahí, amor.
Alegría de saberme
diferenciado en cada cosa.
Tú, amor, llama de mí.

XLIII. Vuelves a mí.
Me hojeas al medir el tiempo.
Lees largos párrafos
hasta descubrir océanos
temperados en perezas
al yacer en tus rodillas
a mitad del tiempo
como árbol de raíz izada
hasta la cúpula de un templo.

XLIV. Déjenme escucharla,
oír cómo se queja;
acaso sus silencios
quiera oír, cómo se encanta
mirándose al espejo.
Déjenme tener entre las manos
sus lobos luminosos,
el epitafio del espejo
en donde amor exacto
vence a la luz
con sus corderos.

XLV. Hay una canción que canta el mundo;
muchas hay: las cantan los perdidos.
La canción (nuestra canción)
es música por cuyo ensalmo
nace la tierra en pensamiento
pero lanzada hacia el espacio
en donde el sol lo quiere:
siempre lo ha querido, amor,
hacernos sitio.

XLVI. ¿Sabes?
Nombrar sombras de las cosas
compete al más sensible
de los girasoles.
Destinan gestos de sus cuellos
al seguir al astro.
Durante las primeras horas
son triunfo de lo efímero
yendo hacia la inmortalidad
de las tardes sin mañana.
Así es mi amor.

XLVII. Con solo tú quererlo
todo tendría un nombre;
ah, cuántas cosas hay
que no lo tienen
por ejemplo, yo.
No sé cómo nombrarme
sobre todo después de ver tus ojos;
ellos lo cambian todo
talvez para borrar al mundo.
Este tampoco tiene nombre.

XLVIII. Tú piensas en secreto
negarme tu secreto
que ya sé.
Te abstienes de que sepa
con cuánto afán un día los espejos
una paloma encinta
sacaron de las aguas
en tanto tú, dulcísima,
con doble llave condenabas
a tu infidente corazón
para que no me lo dijera nunca.

XLIX. Suena el reloj:
su campana de noche,
su yo profundo;
suena y tú duermes.
Por ti velamos
la campana, el reloj:
el yo profundo
de la noche;
el silencio lactante
de tu sueño.

L. Cuando despiertas apeteces
el pávido pomelo.
Secreto en su frescura,
intacto en sus granates,
instantáneos crepúsculos propicia.
Así traduzco, amada mía,
palabras que Pastor Cervera,
merced a su divina trova extrema.

LI. Frente a tu casa crece
un árbol laborioso en profecías.
Sumido en su penumbra habla;
a solas habla y dice
memorias para el tiempo.
Con cuánto amor sonríes, me refiere,
al signo en humo de los perros,
al impetuoso sol de mediodía,
a rosas imitadas por las rocas
nombradas por las rosas.
Te observa y te describe
con un rumor a yedra
adherida a paredes amorosas.
el árbol profetiza.

LII. Nos es dable escribir en las paredes,
¡vivan las bugambilias!
Mirarlas cómo trepan
entre el color gozoso.
Nos esté dable todo, menos
dejar con labio uncioso un beso
en manos de los aires,
autores son de bugambilias tristes
en mis nocturnos muros.

LIII. El día en su acabada obra
con lúcido sentido reconoce
cuál es tu casa, amada mía,
se vuelca en rojos y amarillos
al escribir tu nombre
sobre el horóscopo encendido
de transparentes puertas
que, al entonarlas, ¿sabes?,
recuerdan el incendio
de locas bugambilias
en donde yo contemplo al día,
su esmeradísima obra,
sin cese trabajar por ti.

LIV. Pero haces la buena señal;
desciende el cielo en copos
las yerbas te rodean,
te tornan transparente.
Flores de abril persisten.
Esplende agosto caluroso;
pero ellas, todavía,
pronuncian su primer perfume;
se oponen de la edad al paso:
no son minuto de la nada.
Te siguen y por ello nunca mueren.

LIV. El perro del vecino rico ladra.
No son las tres de la mañana.
Deambulo por las calles.
Nadie me mira remontar las sombras.
Las estrellas contemplan hacia el monte,
nunca hacia mí, el desquiciante.
Igual a los gañidos de los perros
una impresión persiste en acuciarme.
Cuando dijiste “Yo te amo”,
las mil jaurías de mi corazón
rompieron en ladridos
y las estrellas del vecino rico
miraron hacia mí
y no hacia el monte,
más pequeño ahora
al aceptar mi justo orgullo
de amante afortunado.

LV. Hombres hay que venderían
en mercados, lonjas y bazares,
su pobre alma al cuerpo ajeno;
o el cuerpo enfermo al alma
mendicante, sin más finalidad
que ver salvaguardadas
la vida y sus axilas.
No quiero ser persona
a quien imputen tales desvaríos.
Compra mi alma tú, en buena hora,
y verás cómo todos en la tierra
lapidarán las puertas de tu casa
con rosas, estrellas y diamantes
pretendiendo sofocarnos
con su estúpida riqueza.

LVI. ¿Sabes cuándo amor
me dijo: ¡Quiérela!?
Fue el día de la gota
entendiéndose en el mar de su paciencia
junto a nubes añorándose en las nubes
sobre un cielo más azules que distancia.
La misma gota de agua
convidada por el aire al explicarse
cómo y cuándo amor me dijo:
¡Quiérela!

LVII. ¿Quisiera usted mi vida
prestarme el corazón
que le encargué?
La rosa de encarnada vida
nacida en su jardín anoche
incontinente me lo pide.

LVIII. Vives para siempre
en mi corazón.
Ello limita el movimiento
libre de tus pasos.
¿Cómo respiras
en estrechez tan grande?
¿Podrías, si quisieras,
labrar un ventanuco
en las paredes de tu cárcel?
¿Y cómo liberarte si ocupas
resquicios, relojes y cancelas,
sus vueltas y retornos.
Lo que se dice, amada,
zapato rojo sin frontera,
semilla, idea de árbol,
cárcel volcada en otra cárcel,
prisa siempre detenida,
alegre lobreguez, inapetencia?
¿Cómo escapar de su estrechez
si es amor, mi vida,
el insomne carcelero?

LIX. Infamo el pliego de papel
al escribir mi nombre.
Pero tú, canto y alabanza,
al deletrearlo lo redimes.
Sobre mi frente inscribo el tuyo,
como un devocionario que dictaran
floraciones del alba agradecida;
uncioso oficio sombra mía
al ventilar amor
las cuadras de mi Abdera.

LX. Pero sí me amas,
prescrito lo han lejanos astros,
la huella del castor sobre las aguas.
Donde haya de posar los ojos
o tentalear estremecido,
hallo los signos indudables;
dicen: aquí el castor estuvo
bajo astros rutilantes
labrando con su rastro tu ventura.

LXI. Déjenme seguir las voces
espasmos de la copa
bajo el destino
cenit de sus transfiguraciones.
Si han de dejarme amor,
me llenaré de ti de tal manera,.
avistados los corderos
de las sublimaciones,
que no sabré nunca dónde empieza
la mano de tu mano
y el cuerpo de tu cuerpo.

LXII. Haz el esfuerzo,
quiéreme;
en sorbo de tinto
y la dorada hogaza,
cuanto Dios promedia
entre tu sonrisa
de varios años ha
y la verde madurez.
Comámonos sin melindres,
sin esfuerzos,
como si naciéramos
modelados por divina
humana levadura.

LXIII. Pero si e quieres.
El fuego a cedro
de las panaderías
viene a decírmelo.
Tus manos en la harina
dejan estelas;
más allá dedos del ayuno
cuando comía tu presencia
entre lejanos páramos.
Sí me quieres dice el agua
al agua
mientras me consumes en tu fuente
a medida que el día
parte su pan con la colina.

LXIV. Sé que pides la sustancia
de la primavera
en las panaderías.
Dices: “Quiero comulgar.
Educarme en golondrina
merced a la tarea
del pan salido de la llama”.
Lo sé; lo he sabido siempre.
Llama de mí.

LXV. Información de llama,
tú y yo en solo un trazo
cuando amasamos
también transfigurados
el pan que Dios Nuestro Señor
nos dio por cuerpo.