La presentida, la que lleva,
nimbada toda de fluídos,
mi derecho a una vida nueva
y el estupor de los sentidos;
la que me arroja en lo velado
de otra existencia con su roce,
viene temblando y se ha cegado:
¡la miro y no me reconoce!
Yo sé que es ella: mis secretos
la hacen marchar estremecida;
tiene en los ojos los sonetos
que le entregaba en otra vida.
A toda lumbre indiferente,
se hunde en el sueño de un ayer:
me está evocando, estoy presente,
¡y no me puede conocer!
Su corazón, si yo le hablara,
como abanico plegaría:
¡me enronquecieron la voz clara
que ella conoce como mía!
Y cuando siento que en el viento
sangrando va su corazón,
suspende el ritmo de mi aliento,
como una purificación…
Y aspiro el cielo que se llena
de su alma, mientras lento el ser,
como fluyendo de una vena,
se vacia en el atardecer. . .
La intensidad es agonía,
aéreas son las cosas todas
y el mundo mismo es lejanía:
¡no conocemos otras bodas!
Como un rumor en la laguna,
un tenue soplo nos conmueve:
un solo rayo de la luna
finge una tempestad de nieve. . .
Y, despertada al instante,
quiere otra vez volverme a ver:
mira el dolor de mi semblante
y no me puede conocer…