Antiguo amor,
te has levantado en mis recuerdos con un murmullo de dolor.
Me hablas de aquella
de quien el viento de la vida ha destruido toda huella.
Dices que inquiera
dónde se ha ido, que es la única alma que a mi alma comprendiera.
Antiguo amor,
te has levantado en mis recuerdos con un murmullo de dolor.
Me hablas de aquella
de quien el viento de la vida ha destruido toda huella.
Dices que inquiera
dónde se ha ido, que es la única alma que a mi alma comprendiera.
La presentida, la que lleva,
nimbada toda de fluídos,
mi derecho a una vida nueva
y el estupor de los sentidos;
la que me arroja en lo velado
de otra existencia con su roce,
viene temblando y se ha cegado:
¡la miro y no me reconoce!
Árbol que, como el hombre, te alimentas del lodo,
pero que alzas al cielo los brazos retorcidos
y, apretado a tus ramas, mantienes alto todo
lo que amas: hojas nuevas, botones, flores, nidos,
quiero tu paz severa, tu fe en orar en vano,
tu esperar, cuando emigran, que las aves regresen;
tu silencio, más hondo que mi cantar humano,
y tu ardor por cubrirte de flores, que fenecen…
Tú te bastas: tú creas la flor que lleva un germen
que en cualquier campo sano perpetúa tu ser:
el hombre, tras de angustias de amores que le enfermen,
pondrá en su estirpe obscuras influencias de mujer.
Estaba blanca, estaba pura,
más que en el tiempo en que vivía;
la envolvió con su gran dulzura
la castidad de su agonía.
Sus ojos fijos en el techo,
ahondados en la gran visión,
las manos puestas sobre un pecho
limpio de humana sensación.
La luz tendió en la tarde ligeros gobelinos,
se hizo pronto un incendio en que el mundo iba a arder,
cayó después en lluvia de azul por los caminos:
yo la he visto variar como alma de mujer.
La luz con unas nubes hizo encendida fragua,
disfrazó a los torreones con un amplio albornoz;
alzó náyades diáfanas de la paz de las aguas:
la luz formó de nada sus mundos, como Dios.
Nunca ciñó tu pecho mi acechanza de niño,
acosté mi deseo como a una bestia herida,
y el ir a ti invisible te pareció un cariño:
salvando tus purezas, creí salvar tu vida…
Desde ese hondo pasado vienes a verme.
Virgen, tus ojos místicos y ausentes
rezan, como las llamas de los cirios.
Virgen, tus manos pálidas y trémulas
piensan, como las manos de los ciegos.
Por tu fervor, mi beso se hizo hostia
y llevó mi alma entera a tus entrañas.
Yo pensé que en tus senos hallaría el olvido,
y eché a dormir sobre ellos mi triste pensamiento:
surgía, como aroma tenue, el anochecido,
y la pasión movía tus trenzas como un viento.
La dulzura suprema adormía el sentido,
cuando rompió mis venas un inundar violento:
venida de la muerte, en una ola sin ruido,
la eternidad entera se puso en un momento.
Desde que se perdió en el horizonte,
llevando, como un manto, mis miradas,
no he dado un paso más en el sendero.
Si vuelve a estos caminos otoñales,
conocerá que, como en una fosa,
yo me he echado a morir en el recuerdo.
A mi hijo
Yo no sé si existen los ángeles,
pero sueño bajo sus alas transparentes.
Yo no sé si se vive después de la muerte,
pero mi madre sonríe en mis ensueños.
Yo no sé si la justicia se hará un día,
pero el Cristo vive en los ojos de los pobres.