¡Te perdí para siempre! El torbellino
de la ciudad, te arrebató inclemente.
Ya nunca volveré a besar tu frente
ni beberemos juntos nuestro vino.
La vida bifurcó nuestro camino;
ya no vamos del brazo alegremente,
ni apaga nuestra sed la misma fuente,
ni tú oyes mi canción, ni yo tu trino.
¡Y no hubo ni un adiós! Fue lo insondable:
el silencio… el dolor… lo irremediable…
¡la atroz sonrisa y la fingida calma..!
Después, cargué mi amor rígido y yerto.
Lloré mucho; recé, velé a mi muerto,
¡y me enterré el cadáver en el alma..!