Tú eres el agua oscura
que mana por dentro de la roca.
Tú eres el agua oscura y entrañable
que va corriendo bajo la tierra,
ignorada del sol,
de la sed de los que rastrean la tierra,
de los que ruedan por la tierra.
Poemas cubanos
Amar la gracia delicada
del cisne azul y de la rosa rosa;
amar la luz del alba
y la de las estrellas que se abren
y la de las sonrisas que se alargan…
Amar la plenitud del árbol,
amar la música del agua
y la dulzura de la fruta
y la dulzura de las almas dulces….
(Muchacha que hace flores artificiales)
Dedico estos veros a la señorita
Mercedes Sardañas, heroina anónima
A ella devotamente
Cheché es delgada y ágil. Va entrada en el otoño.
Tiene los ojos mansos y la boca sin besos…
Yo la he reconocido en la paz de una tarde
como el Hada -ya mustia- de mi libro de cuentos.
Y primero era el agua:
un agua ronca,
sin respirar de peces, sin orillas
que la apretaran…
Era el agua primero,
sobre un mundo naciendo de la mano de Dios…
Era el agua…
Todavía
la tierra no asomaba entre las olas,
todavía la tierra
sólo era un fango blando y tembloroso…
No había flor de lunas ni racimos
de islas… En el vientre
del agua joven se gestaban continentes…
¡Amanecer del mundo, despertar
del mundo!
Rodeada de mar por todas partes,
soy isla asida al tallo de los vientos…
Nadie escucha mi voz, si rezo o grito:
Puedo volar o hundirme… Puedo, a veces,
morder mi cola en signo de Infinito.
Soy tierra desgajándome… Hay momentos
en que él me ciega y me acobarda,
en que el agua es la muerte donde floto…
Pero abierta a mareas y a ciclones,
hinco en el mar raíz roto.
Que la vida no vaya más allá de tus brazos.
Que yo pueda caber con mi verso en tus brazos,
que tus brazos me ciñan entera y temblorosa
sin que afuera se queden ni mi sol ni mi sombra.
Que me sean tus brazos horizonte y camino,
camino breve, y único horizonte de carne;
que la vida no vaya más allá… ¡Que la muerte
se parezca a esta muerte caliente de tus brazos!…
Dulzura de sentirse cada vez más lejano.
Más lejano y más vago…
Sin saber si es porque las cosas se van yendo
o es uno el que se va.
Dulzura del olvido como un rocío leve cayendo en la tiniebla…
Dulzura de sentirse limpio de toda cosa.
Si yo no hubiera sido….
¿qué sería en mi lugar?
¿Más lirios o más rosas?
0 chorros de agua
o gris de serranía
o pedazos de niebla
o mudas rocas…
De alguna de esas cosas, la más fría
me viene al corazón que las añora.
Al atardecer iré
con mi cántaro azul al río,
para recoger la última
sombra del paisaje mío.
Al atardecer el agua
lo reflejará muy vago;
con claridades de cielo
y claridades de lago…
Por última vez el agua
reflejará mi paisaje.
Tú eres un espejismo en mi vía.
Tú eres una mentira de agua
y sombra en el desierto. Te miran
mis ojos y no creen en ti.
No estás en mi horizonte, no brillas
aunque brilles con una luz de agua…
¡No amarras aunque amarres la vida!…
No llegas aunque llegues, no besas
aunque beses… Reflejo, mentira
de agua tus ojos.
Está bien lo que está:
Sé que todo está bien.
Sé el Nexo.
Y la Razón.
Y hasta el Designio.
Yo lo sé todo,
lo aprendí en un libro sin páginas,
sin letras y sin nombre …
Y no soy como el loco
que se quema los dedos trémulos
por separar la llama rosa de la mecha negra …
Pasó volando y me rozó la frente…
Era buena la Vida:
Había rosas.
Amor que llegas tarde,
tráeme al menos la paz:
Amor de atardecer, ¿por qué extraviado
camino llegas a mi soledad?
Amor que me has buscado sin buscarte,
no sé qué vale más:
la palabra que vas a decirme
o la que yo no digo ya…
Amor… ¿No sientes frío?
La criatura de isla paréceme, no sé por qué, una
criatura distinta. Más leve, más sutil,
más sensitiva.
Si es flor, no la sujeta la raíz; si es pájaro, su cuerpo
deja un hueco en el viento; si es niño, juega
a veces con un petrel, con una nube…
La criatura de isla trasciende siempre al mar que la
rodea y al que no la rodea.
Era buena la Vida:
Había rosas.
Unos minutos antes me había sonreído un niño…
Pasó volando y me rozó la frente.
No sé por dónde vino
ni por dónde se perdió luego pálida y ligera…
No recuerdo la fecha.
He de amoldarme a ti como el río a su cauce,
como el mar a su playa, como la espada a su vaina.
He de correr en ti,
he de cantar en ti,
he de guardarme en ti ya para siempre.
Hay algo muy sutil y muy hondo
en volverse a mirar el camino andado…
El camino en donde, sin dejar huella,
se dejó la vida entera.
Miro siempre al sol que se va
porque no sé qué algo mío se lleva.
En cada grano de arena hay un derrumbamiento de montaña.
He de amoldarme a ti como el río a su cauce, como el mar a su playa, como la espada a su vaina.
He de correr en ti, he de cantar en ti, he de guardarme en ti ya para siempre.
Fuera de ti ha de sobrarme el mundo como le sobra al río el aire, al mar la tierra, a la espada la mesa del convite.
Ayer me bañé en el río.
El agua estaba fría y me llenaba el pelo
de hilachas de limo y hojas secas.
El agua estaba fría; chocaba contra mi cuerpo
y se rompía en dos corrientes trémulas y oscuras.
Y mientras todo el río iba pasando,
yo pensaba qué agua podría lavarme
en la carne y en el alma
la quemadura de un beso que no me toca,
de esta sed tuya que no me alcanza.
Si dices una palabra más, me moriré de tu voz, que ya me está hincando el pecho,
que puede traspasarme el pecho como una aguda, larga, exquisita espada.
Si dices una palabra más con esa voz tuya, de acero, de filo y de muerte;
con esa voz que es como una cosa tangible que yo podría acariciar, estrujar, morder;
si dices una palabra más con esa voz que me pones de punta en el pecho,
yo caería atravesada, muerta por una espada invisible, dueña del camino más recto a mi corazón.
No te nombro; pero estás en mí como la música en la garganta del ruiseñor
aunque no esté cantando.
Estoy doblada sobre tu recuerdo como la mujer que vi
esta tarde lavando en el río.
Horas y horas de rodillas, doblada por la cintura sobre
este río negro de tu ausencia.
En el valle profundo de mis tristezas, tú te alzas
inconmovible y silencioso como una columna de oro.
Eres de la raza del sol: moreno, ardiente y oloroso
a resinas silvestres.
Eres de la raza del sol, y a sol me huele tu carne quemada,
tu cabello tibio, tu boca oscura y caliente aún
como brasa recién apagada por el viento.
La criatura de isla paréceme, no sé por qué, una
criatura distinta. Más leve, más sutil,
más sensitiva.
Si es flor, no la sujeta la raíz; si es pájaro, su cuerpo
deja un hueco en el viento; si es niño, juega
a veces con un petrel, con una nube…
La criatura de isla trasciende siempre al mar que la
rodea y al que no la rodea.
¿ Qué loco sembrador anda en la noche,
aventando luceros que no han de germinar nunca en la tierra?
¿ Qué loco labrador rotura día a día la tierra para surco de luceros?
Toda la vida estaba
en tus pálidos labios…
Toda la noche estaba
en mi trémulo vaso…
Y yo cerca de ti,
con el vino en la mano,
ni bebí ni bese…
Eso pude: Eso valgo.
Si me quieres, quiéreme entera,
no por zonas de luz o sombra…
si me quieres, quiéreme negra
y blanca. Y gris, y verde, y rubia,
quiéreme día,
quiéreme noche…
¡Y madrugada en la ventana abierta!
si me quieres, no me recortes:
¡quiéreme toda… o no me quieras!
En mi jardín hay rosas:
Yo no te quiero dar las rosas
que mañana…
mañana no tendrás.
En mi jardín hay pájaros
con cantos de cristal:
No te los doy,
que tienen alas para volar …
En mi jardín abejas
labran fino panal:
¡Dulzura de un minuto…
no te la quiero dar!
Selva de mi silencio,
apretada de olor, fría de menta.
Selva de mi silencio, en ti se mellan
todas las hachas; se despuntan
todas las flechas;
se quiebran
todos los vientos.
Selva de mi silencio, ceniza de la voz
sin boca, ya sin eco; crispadura de yemas
que acechan el sol,
tras la espera
maraña verde… ¿qué nieblas
se te revuelven en un remolino?
Si dices una palabra más,
me moriré de tu voz,
que ya me está hincando el pecho,
que puede traspasarme el pecho
como una aguda, larga, exquisita espada.
Si dices una palabra más
con esa voz tuya, de acero, de filo y de muerte;
con esa voz que es como una cosa tangible
que yo podría acariciar, estrujar, morder;
si dices una palabra más
con esa voz que me pones de punta en el pecho,
yo caería atravesada, muerta
por una espada invisible,
dueña del camino más recto a mi corazón.
Siempre, amor:
Por arriba del beso
que fué comida de gusanos
y de la rosa que se pudre,
cada mañana azul,en la caja del muerto.
Por arriba mil lunas de este hilo
de baba que en el suelo
dejó el molusco pálido;
por arriba del pan mezclado con ceniza,
de la mano crispada junto al hierro.
Quiere el Amor Feliz -el que se posa poco…-
arrancar un verso al alma oscura:
¿Cuándo la miel necesitó dulzura?
¿Quién esencia de pomo echa en la rosa?
Quédese en hojarasca temblorosa
lo que no pudo ser fruta madura:
No se rima la dicha; se asegura
desnuda de palabras, se reposa…
Si el verso es sombra, ¿qué hace con el mío
la luz?… Si es luz… ¿la luz por qué lo extraña?
Un amor indeciso se ha acercado a mi puerta…
Y no pasa; y se queda frente a la puerta abierta.
Yo le digo al amor: – ¿Qué te trae a mi casa?
Y el amor no responde, no saluda, no pasa…
Es un amor pequeño que perdió su camino:
Venía ya la noche… Y con la noche vino.
Yo te fui desnudando de ti mismo,
de los «tus» superpuestos que la vida
te había ceñido…
Te arranqué la corteza -entera y dura-
que se creía fruta, que tenía
la forma de la fruta.
Y ante el asombro vago de tus ojos
surgiste con tus ojos aún velados
de tinieblas y asombros…
Surgiste de ti mismo; de tu misma
sombra fecunda, intacto y desgarrado
en alma viva…
Brillando oscura la más secreta piel conforme
a las prolijas plumas descaradas en ruido
lento o en playa informe, mustio su oído
doblado al viento que le crea deforme.
Perfilada de acentos que le burlan movedizos
el inútil acierto en sobria gruta confundido grita,
jocosa llamarada -nácar, piel, cabellos- extralimita
el borde lloviznado en que nadan soñolientos rizos.
Caída la hoja miro,
ya que tu olvido decrece
la calidad del suspiro
que firme en la voz se mece.
La sombra de tu retiro
no a la noche pertenece,
si insisto y la sombra admiro
tu ausencia no viene y crece.
Cuerpo desnudo en la barca.
Pez duerme junto al desnudo
que huido del cuerpo vierte
un nuevo punto plateado.
Entre el boscaje y el punto
estática barca exhala.
Tiembla en mi cuello la brisa
y el ave se evaporaba.
Los dos cuerpos
avanzan, después de romper el espejo
intermedio, cada cuerpo reproduce
el que está enfrente, comenzando
a sudar como los espejos.
Saben que hay un momento
en que los pellizcará una sombra
algo como el rocío, indetenible como el humo.
Para José Rey
Al fin llegó el esperado,
se abrieron las puertas de la casa
y de nuevo se encendieron las luces.
Una sombra ligera había repasado
las paredes, que brillaban como ojos metálicos.
Vendrá el suplente en agua a conversar.
Se dirigirá hacia el norte donde tejen,
desconocido llegará a los que lo protegen.
Se arrancará su diente y a sembrar.
Vendrá el suplente en vino a pelear,
esgrimirá la traílla en zumbido planetario,
tropezará con el estilo rufián del carbonario.
Estar en la noche
esperando una visita,
o no esperando nada
y ver cómo el sillón lentamente
va avanzando hasta alejarse de la lámpara.
Sentirse más adherido a la madera
mientras el movimiento del sillón
va inquietando los huesos escondidos,
como si quisiéramos que no fueran vistos
por aquellos que van a llegar.
La noche va a la rana de sus metales,
palpa un buche regalado para el palpo,
el rocío escuece a la piedra en gargantilla
que baja para tiznarse de humedad al palpo.
La rana de los metales se entreabre en el sillón
y es el sillón el que se hunde en el pozo hablador.
Deseoso es aquel que huye de su madre.
Despedirse es cultivar un rocío para unirlo con la secularidad de la saliva.
La hondura del deseo no va por el secuestro del fruto.
Deseoso es dejar de ver a su madre.
Es la ausencia del sucedido de un día que se prolonga
y es la noche que esa ausencia se va ahondando como un cuchillo.
Es inaudible,
no podremos saber si las hojas
se acumulan y suenan al encaramarse
la mirona lagartija sobre la hoja.
Nos roza la frente
y creemos que es un pañuelo
que nos está tapando los ojos.
El oro caminaba
después hacia la hoja
y la hoja iba hacia la casa
vacía del otoño, donde lo inaudible
se abrazaba con lo invisible
en un silencioso gesto de júbilo.
Cómo aislar los fragmentos de la noche
para apretar algo con las manos,
como la liebre penetra en su oscuridad
separando dos estrellas
apoyadas en el brillo de la yerba húmeda.
La noche respira en una intocable humedad,
no en el centro de la esfera que vuela,
y todo lo va uniendo, esquinas o fragmentos,
hasta formar el irrompible tejido de la noche,
sutil y completo como los dedos unidos
que apenas dejan pasar el agua,
como un cestillo mágico
que nada vacío dentro del río.
El tallo de una rosa se ha encolerizado con las avispas
que impedían que su cintura fuese y viniese con las mareas
cuando estaba tan tranquila en las graderías de un templo
y un marinero llamado por la palabra marea
se ha unido la los clamores de alfileres sin sueño
y le ha dado un fuerte pellizco al tallo de una rosa
lo que no merecía lo que no alcanzaba en su sonrisa
en su cítara en su respiración tornasolada
la cólera de un marinero
mil manos que se alzaban en el remedo de un beso
en esta pirámide de besos
para que en lo alto más despacio más pañuelo más señorita
una rosa una rosa
que no puede aislar ni unas cuantas avispas encolerizadas
que la han vencido que se le han: pegado tenazmente a los flancos
y ya son ramita entre dos recuerdos.
Proserpina extrae la flor
de la raíz moviente del infierno,
y el soterrado cangrejo asciende
a la cantidad mirada del pistilo.
Minerva ciñe y distribuye
y el mar bruñe y desordena.
Y el cangrejo que trae una corona.
Dánae teje el tiempo dorado por el Nilo
envolviendo los labios que pasaban
entre labios y vuelos desligados.
La mano o el labio o el pájaro nevaban.
Era el círculo en nieve que se abría.
Mano era sin sangre la seda que borraba
la perfección que muere de rodillas
y en su celo se esconde y se divierte.
Oigo hablar a un pájaro moteado:
cuacuá.
En la cabeza tres círculos verdes
y los ojitos que abren y cierran la noche.
Las banquetas para los violinistas
y en medio de la pechuga aljamiada
una garrafa saludando como en un minué.