Al fin se consumó, después
de tantas perfecciones tan equívocas,
de tanta precaución y cálculo, probando
que nada fuera inútil, ni lo nimio,
ni los más delicados pulimentos:
al fin se consumó lo improyectado
por la mano, al revés de la materia.
La mano reconoce que otra mano
más poderosa hay en la materia,
otro proyecto inverso, otra escultura
abierta al desgarrón que nos genera,
el ojo reventado de la forma,
el descoyuntamiento crucifixo,
el boquete sediento de la luz
manando los destrozos
de una extraña alegría.