Llamaron a mi puerta, y por temor a las sombras
y a los lobos hambrientos no respondí. Fue el hu-
racán, el amor o la muerte? ¡Quién sabe! ¡Tal vez!
Más tarde tuve encendida mi lumbre y servido mi
vino. Nadie llamó. Los buhos silbaban en mis ven-
tanas.
Y ahora que las sombras me rondan, en vano digo:
regresa, peregrino; caliéntate a mi lumbre y be-
be de mi vino. Nadie responde…
Fuera, en el sendero, un grillo deshila una can-
ción sedienta…rueda una hoja seca.
Dentro, se apaga la lumbre y se derrama el vino.