Despecho de Antonio Plaza Llamas

I

Arcanidad terrible de la vida,
destino lleno de rigor sin nombre,
infancia entre las sombras escondida,
aprieta sin piedad, que das en hombre.

No esperes con tu golpe furibundo
avasallar mi soberano aliento:
es grande mi tormento como el mundo;
pero el alma es mayor que mi tormento.

Y siempre aquí, con arrogante calma
de tus rencores la sin par fiereza
afronto audaz, que la grandeza de alma,
aunque pequeño soy, es mi grandeza.

Nunca al poder ni al oro me arrodillo,
y aunque me agobie padecer tirano
me muero de hambre; pero no me humillo…
seré cadáver, pero no gusano.

Bien, alma ¡bien! porque jamás te humillas…
eres inmensa en tu sufrir constante…
¡No mendigues la gloria de rodillas,
conquistala de pie, mártir gigante!

. . . . . . . . . . .

Nací juguete de la vil fortuna
y me acompañan en fatal camino
la negra sombra que bañó mi cuna,
la negra mano que marcó mi sino.

A la luz de brillantes ilusiones
de la horrible verdad vi los arcanos,
y fue mi alma festín de las pasiones
como el cuerpo es festín de los gusanos;

lloré por la esperanza asesinada,
pero tanto creció mi desventura,
que traduje en sonora carcajada
la suprema expresión de la amargura.

Al fin, cansado de mortal quebranto
adopté el estoicismo por divisa:
tanto lloré, que se agotó mi llanto,
tanto reí que se acabó mi risa.

Sin fe, sin juventud, la despreciada
vida infeliz indiferente rueda…
con mi última ilusión evaporada
¿qué me queda en el mundo? … ¿qué me queda?

Ya no tengo sonrisa ni gemido;
ni amo, ni aborrezco, ni ambiciono,
que en indolencia criminal sumido
hasta mi propio espíritu abandono.

Hora tras hora solitario pierdo
envuelto en bruma de oriental pereza;
es mi goce sufrir con el recuerdo,
entregado al placer de la tristeza.

Pláceme abrir heridas mal cerradas,
contemplando a la espalda de los años,
ilusiones de fuego, sepultadas
en la nieve de horribles desengaños.

II

También un tiempo ¡ay de mí!
tras de fantasmas risueños
desatinado corrí;
porque la razón perdí
entre marañas de sueños.

Lindo germen de ilusión,
de mi espíritu gastado
engendró loca pasión…
soñó con la redención
mi frente de condenado.

En mi desencanto amé
creyendo que no creía,
y más desencanto hallé…
¡imbécil! ¿por qué soñé,
cuando soñar no debía?

Amé a una mujer, como ama
quien amar no cree… su llanto
alzó en mi ser una llama,
como alza fosfórea flama
la lluvia en el camposanto.

Pero ¡ay! de aquellas historias
sólo guarda el corazón
recuerdos de muertas glorias,
memorias, sólo memorias.
que sólo memorias son.

Porque mis sueños huyeron,
y mis amores volaron,
mis esperanzas murieron,
y los que placeres fueron
luto en el alma dejaron.

Hoy en negra decepción
los desprecios y el cariño,
para mí los mismo son…
en lugar de corazón
llevo el cadáver de un niño.

III

De luz imposible mi cráneo era foco
de luz imposible mis sueños vestí;
pero ¡ay! que mis sueños febriles de loco
en mares de sombra perdiéronse al fin.

El alma, la vida apenas soporta,
la paz de las tumbas, del alma es la paz;
yo soy un pasado que a nadie le importa;
yo soy en la tierra cadáver social.

¡Guay del que vegeta con sueños despierto!
dormirse soñando es muerto vivir…
yo vivo y no sueño, cadáver despierto,
del ser y la nada parodia infeliz.

Al cielo pregunto con ansia indecible:
¿los mártires suben de Dios al dosel?
el cielo se calla, y un eco terrible
me dice: ¡No sueñes… mentira es la fe!

Quien deja la vida de luto y hastío
se vuelve a la nada que de ella salió,
tras esas estrellas no hay más que vacío;
la vida futura es loca ilusión.

El hombre, ese imbécil gusano pequeño,
de orgullo inflamado, se juzga inmortal;
pero es la existencia la sombra del sueño
del sueño que forja la nada quizá.

. . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . .

Señor, de la duda me asfixia el abismo,
te ruego que mandes a mi alma infeliz
la fe sacrosanta o el negro ateísmo…
negar es creer… dudar es sufrir.