A Dolors Alberola
A la luz de una lámpara,
arropados tan sólo por el silencio
que, invisible, rodaba entre los muebles,
los ojos devoraban las páginas de un libro
y ni siquiera el leve murmullo de la lluvia
se dejaba escuchar en la estancia.
Éramos, solamente,
dos cuerpos fatigados, y, más allá, dos almas
que habían levantado
su vuelo sin retorno.
Recuerdo que tu mano cayó sobre la mía
y, curiosa, miraste las páginas del libro,
abierto -¿casualmente?-
en el lugar exacto de un verso de Estellés:
No hi havia a València dos amants com nosaltres.
Sonreíste, y el alba
nos sorprendió desnudos.