El soplo de luz, el temblor concentrado
que brota de ciertos encuentros
contradice a veces su propia brevedad
y se extiende como una alquimia lenta
por todo el resto de la vida.
Poseer así para siempre
algo que nunca se tuvo
y nunca se tendrá,
cambia la condición del hombre,
modifica sus límites.
Unas veces las manos se tocan
y otras ni siquiera se tocan.
Los ojos sí se tocan
o algo que está atrás de los ojos.
Pero poseer así, tocar así,
abrevia un rincón de la eternidad
y lo hace caber en la celda que habitamos.
Tal vez esté allí la sabiduría del amor,
rescatada de los incendios que lo devastan.