Mirad la aurora,
madre del día,
¡cómo derrama
luz, alegría!
Allá en el cielo
todo es fulgores;
¡todo en la tierra
cantos y flores!
Sobre las hojas
tiemblan las perlas,
vienen las brisas
a recogerlas.
Saltando el ave
trina en la rama,
brilla el aljófar
sobre la grama.
¿Dó va el incienso,
de los aromas?
¿Qué dice el ritmo
de las palomas?…
Y todo, luce,
canta, se agita,
vida sagrada
doquier palpita.
Alza la tierra
su amante coro,
y el sol la paga
con besos de oro.
Luego, la noche
su negra tienda
abre del mundo
sobre la senda.
Y entre la sombra
muda y tranquila
asoma el astro
su alba pupila.
¿Sois, por ventura,
blancas estrellas,
del cielo al mundo
lágrimas bellas?
¿Joyas que bordan
el regio velo?
con que a la tierra
cobija el cielo?
¿Chispas que lanza
la eterna sombra?
¿Polvo que deja
Dios en su alfombra?…
Astros y flores
quizá no viera
si amor al alma
su luz no diera.
Las vagas notas
que el arpa lanza,
¿no, son el himno
de la esperanza?
El alma encierra
luz, armonía,
es una aurora
la fantasía.
Doquier que vague
mi pensamiento,
la miel recoge
de un sentimiento.
Cual mariposa
va la ilusión
sobre las flores
de la creación.
En los ruidos
que se levantan
hay dulces ecos,
voces que cantan.
Rumor de besos
y de suspiros
flota en las alas
de los céfiros.
Como en la selva
trinan las aves,
hay en el alma
voces süaves.
Ecos solemnes
desconocidos,
por voz humana
no traducidos,
Ecos que el alma
tímida esconde,
ecos que vienen
de no sé dónde.
Quizá del verbo
del alma inmensa
que dice al hombre
que vela y piensa:
«-De toda vida
yo soy la llama:
contempla, adora,
espera y ama.»
Yo creo. Por eso
mi alma levanto.
Amo, y espero…
Por eso canto.