Como al ara de Dios llega el creyente,
trémulo el labio al exhalar el ruego,
turbado el corazón, baja la frente,
así, mujer, a tu presencia llego.
¡No de mí apartes tus divinos ojos!
Pálida está mi frente, de dolores;
¿para qué castigar con tus enojos
al que es tan infeliz con sus amores?