Reviens-moi fanlôme de mes nuits,
revois-moi que je me trouve
César Moro
Atravesar un pasadizo a oscuras,
palpar la tibia humedad de sus paredes, su babosa suavidad
de recto laberinto. Hacia el fondo una luz Gritas
pero nadie escucha tu grito.
Reviens-moi fanlôme de mes nuits,
revois-moi que je me trouve
César Moro
Atravesar un pasadizo a oscuras,
palpar la tibia humedad de sus paredes, su babosa suavidad
de recto laberinto. Hacia el fondo una luz Gritas
pero nadie escucha tu grito.
Para Roxana y Jorge, que las han visto.
Camina de puntas el equilibrista de Bayard Street,
evita el abismo la mirada y arranca de cuajo toda pretensión,
¿de qué sirven el heroísmo, la grandeza, el entusiasmo?
Poca cosa es la vida para el equilibrista de Bayard Street,
poca la indulgencia de llegar al otro lado y repetir cien veces
la misma operación.
Debe haber un poema que hable de ti,
un poema que habite algún espacio donde pueda hablarte sin
cerrar los ojos,
sin llegar necesariamente a la tristeza.
Debe haber un poema que hable de ti y de mi.
Un poema intenso, como el mar,
azul y reposado en las mañanas, oscuro y erizado por las noches
irrespetuoso en el orden de las cosas, como el mar
que cobija a los peces y cobija también a las estrellas.
El mar,
las piedras, algunas gaviotas,
gaviotas blancas, grises, de pico anaranjado,
maderos rotos,
moscas sobrevolando el cadáver de un lobo marino
(hermoso animal varado por las aguas) corrientes aguas, puras,
cristalinas
y una toalla húmeda secando nuestros pies
(‘La tranquilidad es un campo de arena’, escribí en la inmensa
soledad de estos parajes.
Para Margarita Sánchez
Aquí no hay bulla ni miseria,
sólo un bosque de árboles mojados y cientos de ardillas
correteando vivaces o escarbando una nuez.
A lo lejos un puente
una interminable fila de automóviles retorna a sus hogares
y nubes balando ante un perro pastor y amarillo.
Para Antonio Claros
El sol se hará oscuro para ellos
pero pronto han de volver
Miqueas III, 6
Los profetas han muerto.
Cuernos de guerra anuncian la pronta llegada de la peste,
nuevos tiempos de miseria y escasez.
Horacio, jamás tuviste mujer que te abandonara en los cinemas
Tampoco tuviste que aprender a rechazar un cigarrillo
Ni a esconder tus flacas piernas debajo de la túnica
Sólo corriste indiferente hacia los campos
Y fuiste feliz comiendo con la plata de Mecenas
Jamás subiste solo a los tranvías y es tu gloria
Cantarles por amor al bien y a la belleza
No tuviste por qué rendirles culto a las ciudades
Ni inclinarles tu noble cabellera
Horacio, el bienamado por los reyes y los dioses
Poeta mesurado con el vino y con los versos
Te he visto hoy acariciándote las barbas y esperando
Que apareciera al fin el ridículo ratón del que me hablabas.