El 28 de julio de un año sin gloria de Basilio Fernández

El 28 de julio de un año sin gloria
nací a la extrañeza,
y al bienestar de los rincones familiares,
discontinuo y sin sueño
como el que no espera visitas.
Nunca necesité afanes para diluirme,
ni testigos para la emancipación al menudeo;
sin transacciones ni pretextos
he rechazado el clima de esas horas inevitables
vana escoria de una imagen desenfocada.
Condenado a negarme,
ya firmar pactos de inactividad con maniquíes
sibilinos,
he llegado a este mundo
como un puente tendido a la contradicción
o al nihilismo de los galeotes.
Guiado por vilanos,
desatrancando puertas cerradas al hastío de los
transportes,
he desdeñado los mejores auspicios
y las frambuesas anexionadas por un devaneo
de otoño.
Al paso del tiempo,
apenas me doy cuenta del declive de la virtud,
de la degradación paulatina de las tormentas de
verano
de las torres oblicuas
que se tambalean
en el error de las actitudes imprevisibles.
A veces prolongo las palabras con que juego
sin gran convicción
y vagamente sigo la porfía
de una nueva forma de vislumbre.
Sálvese el que pueda
en el cataclismo de la tristeza
o en las consolas donde naufragan los deseos
imbricados en lo irreal
aunque sin provecho de nadie.
Poco se sabe
de los predestinados a la irreflexión
y mucho menos
de los que comparten su miseria en el
aburrimiento.
Más de trescientos años queman mi orgullo,
mis gestos de pana marchita
o cordobán raído, ahíto de polvo,
sobre la prudencia anónima
que cede a la vanagloria de la luz.
Ahora me asomo a los proyectos olvidados
y a las citas equivocadas en los planes del
viento.
Sólo una mano inadvertida repara la tramoya.