Quien escribió estos versos no tuvo el privilegio
de conocer los días de un futuro imposible:
no percibió la imagen cabal del universo,
no supo de Alighieri, ni de Shakespeare; no estuvo
en las arrebatadas ocasiones solares
por las que transitaron tal vez sus sucesores.
Su destino lo fija la misma arena frágil
que nos expone a todos a la marea en la orilla.
Pero el tiempo piadoso le concedió otros dones:
no vio la destrucción de Medina Azahara,
ni el agudo estertor secreto de la peste,
ni las persecuciones que azuzó el fanatismo,
ni perdió en otro exilio injusto su pasado.