El alfanje secreto (I)

¿A quién pediremos noticias de Córdoba?
Ben Suhaid.

Se ha poblado de mirto el canto de las fuentes
y la paloma corta en dos el aire azul.
Allí está, con sus sombras, la luz de los recuerdos,
la geometría frágil del suave surtidor;
aquí, los laberintos de la medina blanca
con sus puertas abiertas al campo, a las palmeras,
a los pozos sonoros, a los limones frescos
y a las acequias dulces con espliego en la voz.

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El alfanje secreto (X)

Donde los ballesteros, en la cima secreta
y apical de la tarde,
Israfil, el que anuncia el final de los días,
enciende sus hogueras de sándalo en las torres.
Los esclavos de Nubia sueñan en los zaguanes
con el álabe frío de las dagas, con ríos
de venganzas secretas del ángel de la muerte.

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El alfanje secreto (XVI)

Con frialdad mineral de reptil, el alfanje secreto
del tiempo hiere esquinas, higueras y perfiles,
orillas y alamedas y el otoño del bosque.
Traza curvas fluviales de sextante celeste;
deposita en su alcuza con terca indiferencia
la savia inconsistente del olvido o el sueño,
la sustancia frugal de las desolaciones,
el material inerte que destila la lenta
alquitara del mundo.

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El alfanje secreto (XX)

Ya vas rindiendo al tiempo su sórdida alcabala:
este rastro de azufre de los hijos del trueno,
este limón salobre que hiere la garganta
y esta luz de atalaya sobre el cielo morado.
Cuando todo presagia la noche por los templos,
la soledad del eco gutural en las bocas,
el alfar de los días y un alféizar sin nadie,
escucha el desconsuelo nocturno de los gatos.

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La aljaba del viajero (III)

Como un leproso oscuro, también tú has escapado
bajo estrellas secretas, por sierras tenebrosas,
por ríos rigurosos y desiertos salados.
Has sufrido el estigma ardiente de los días,
la raíz tuberosa de los amaneceres,
el tiempo y los cimientos húmedos de la tarde;
la arcilla de los años, la aljaba del deseo,
las flechas con cicuta de la casa de Omar.

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La aljaba del viajero (VII)

Cuando estabas mirando
las naranjas amargas de los huertos de Murcia,
el hijo de Ismaíl, el ciego del mercado
de dátiles de Málaga,
te ha tocado en el hombro para decir -y has visto
en su acento la tinta verde de la nostalgia:
– Si vuelves a Ispahán,
tráeme bulbos de nardos
azules como el mundo que ve quien se desmaya
y atardeceres rojos
detrás de las murallas de adobes incendiados
por la dulce almenara del cielo de poniente.

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La aljaba del viajero (X)

¿Estar en otro sitio…? El viaje verdadero
es aquel que se emprende sabiendo que ya nunca
volveremos al punto de partida, a la exacta
certeza de los puertos que dejamos atrás.
¿ Lo demás? Excursiones y argucias de la niebla.
El viajero cabal es el que nunca vuelve,
quien rompe las amarras y atraviesa la leve
espuma blanca y turbia que le unía al pasado,
el que rasga la túnica que ayer llevaba puesta.

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