El ángel de pasión dejó tu casa
con un desorden tal que no sabías
por dónde comenzar: copas vacías,
ceniza por doquier. Y su amenaza
rotunda de carmín: “En la terraza
te aguardo. Un beso. Adiós”. Tú conocías
la forma de cumplir sus profecías.
Temblaste al recordar: “Todo lo arrasa
un ángel si al partir te sobrevuela”.
Te diste apresurado a la tarea
de hacerla remontar por tu memoria,
sus manos en tu piel, su duermevela.
Pensaste: “Si es amor, pues que así sea”
y fuiste a abrir la puerta giratoria.