Llegó un día a mi puerta con un claro
silencio sobre la frente.
Era solo
respuesta tras el dintel vacío,
pura interrogación su boca
sin ninguna pregunta,
que guiara sus pasos.
Serené entonces mi corazón
agobiado
por el recuerdo innúmero
de lo que fue combate provocación,
y éxtasis.
Ay, lucha y cortejo, agua y ceniza
derramadas
sobre el cruel arabesco
de lo que hizo destino.
Yo fui de nuevo el ánfora
donde mezclar las horas,
melodías
y acentos.
Fingí ignorarlo todo
pues de ignorancia vive,
la llama que ilumina
y da forma
a las sombras.
Y tú eras la sombra.
Al mar dejó mis pasos
y quede en el escrito
de la nada y la boda,
nombres que alumbran
huellas
cuando pena la noche.
Mi corazón gentil
diciendo
el naufragio primero
sucumbiendo a la estela
del número
y la estrofa:
para dejar estar,
el vivo sol que entonces
tu mano
liberará a la entrega
primera de lo que fue
llamado,
sin endecha ni queja
y en silencio cantado
sobre la carne muda
y el perfume de un huerto.
Carne de las palabras
entregadas
al deseo primero,
así fuiste volcado –
pues en la muerte sola
y los días que hasta el poeta
llegan
claramente retorna
furtivo como toda
pregunta
que repite insaciada
el origen del verbo,
la memoria encendida
y el aura de tu pelo.
Poema inédito proporcionado por el autor