A Minerva Margarita Villarreal
Serán estas cuatro paredes la hoja
que por años has buscado,
a la vuelta de tus días
escucharé de ellas las palabras
que tropezaron con el ápice de tu lengua
para quedar estancadas en tu mirada.
Exprimirás entonces tus pupilas
necesario es que lo hagas con tal fuerza
que te permita quedar ausente
de paisajes, imágenes y recuerdos
de nada servirán las fotografías
de nada servirá leer tu mano
para recorrer de nuevo el pasado.
Desamparada buscarás entre los telones
de la historia
algún motivo que ayude a descifrarte
algún motivo que te haya obligado a respirar
en esta nube de concreto
y no encontrarás ninguno
ninguno
sólo una bocanada de soledad
huyendo de tus pulmones
sólo la impotencia de saberte en la orilla
de ese otro lado.
¿Quién te pidió permiso para que existieras?
¿Quién demonios dijo
que deseabas el aliento en tu barro mal formado?
En este muro de arcilla
dibujarás los rostros que anhelabas
para tu rostro,
el vacío también lleva una máscara,
sólo es cuestión de mirarse fijamente
en el espejo
para encontrar el gesto preciso de su angustia
sólo necesitas cincel
y un grano de paciencia
para descubrir que te enviaron
sin rostro alguno:
No eres ni fantasma, ni sombra,
ni criatura, ni raíz, ni tiempo en la distancia,
simplemente no eres, nunca fuiste.
Llenarás de ti este otro muro.
De sus esquinas penderán tus sueños
ya coagulados,
y si aún por tus venas fluye algo de sangre,
teñirás con ella los pliegues
que siempre ocultaron la desesperanza,
el error y el exilio.
Tal vez en tu lecho busquen refugio
algunas gotas,
tal vez esas gotas se transformen en mareas
y se lleven entre olas el sordo lamento
de tus fantasmas,
no te preocupes por ellos
sabrán protegerse del olvido
escribiendo su nombre en el tercer muro,
por eso los marcos, las molduras y velas,
para invocar la pesadumbre
que sus huesos vistieron a través de los años.
Cada jueves bajarán los santos
a peinarles el abandono
y cuando la fatiga por estar colgados los abrume,
se dejarán llevar por el viento
y no habrá santo, ni dios ni diablo
que les haga cambiar de parecer.
No te angusties cuando esto suceda,
recuerda el agujero de la pared cuarta,
sólo a través de él contemplarás
cómo tropiezan con árboles, techos y ramas,
sólo por él sentirás cómo su mirada
se clava en tu mirada
y deberás exprimirte con más fuerza
para no dejar en ti palabra e imagen,
ni siquiera algo de aliento que amenace
con llenar de polvo el final de tu obra.
En estas cuatro paredes,
el acrílico de tu mirada
¿En cuál de sus esquinas
contemplaré derramada tu presencia?