Un grajo entre las nubes salta
como una mancha de tinta en un cuaderno,
como un pozo sin fondo y sin cubeta
donde el agua se queja mientras grazna.
Sus plumas son carbón para aquel horno
que de las pesadillas se alimenta
y sus ojos un círculo de lumbre
que deja las promesas sin cumplir.
Las alas tenebrosamente abiertas son
la oscuridad del día en la cabeza
y las garras de hierro al rojo vivo
ardientes relámpagos de media noche.
Es la cola del grajo en la tormenta
el triste timón de los desastres
y sus patas invictas escaleras
por donde sube el humo de los siglos.
El pico -por último- es un usurero
clavado en las necesidades de la sombra
con la cresta como una bravata
coronando el negrísimo atavío.
Como un sufrimiento sin alivio
donde la noche inclina la balanza
el grajo es en la oscuridad
un espejo con alas de obsidiana.