A Pedro García Batalla
Pasa la página final y se remueve.
Apoya el tomo, despacio, sobre la manta
que cubre sus rodillas.
Meditabundo,
mira las brasas de la hoguera
e incorpora su integridad al fuego, pone los ojos
en la llama que, al arder,
al unísono es y se consume.
Cede a la noche,
cautivo en el embrujo,
y se adormila derrotado en el sillón.
Cae al alma
la ceniza como extinguido resplandor
de lo que tuvo luz, o la fingió.
Como difuso polvo sobre el libro.
Como pavesa fiel de lo concluso.